ESPIAR Y MATAR ES PARTE DEL “DESTINO MANIFIESTO”



Por Miguel Angel Ferrari
miguelferrari@gmail.com 


 En su edición de ayer, el periódico The New York Times publicó un extenso artículo, donde revela que el presidente Hugo Chávez estaba en el centro de la investigación de la Agencia de Seguridad Nacional de los Estados Unidos (NSA por su sigla en inglés), desde 2007 —en pleno apogeo de la revolución bolivariana— tras la aplastante victoria electoral del año anterior.
 

 
"Con los Ojos del Sur", columna de opinión emitida en "Hipótesis" el lunes 4 de noviembre de 2013. 

Chávez y sus funcionarios eran un "objetivo a largo plazo" (lista que también incluía a políticos de China, Rusia, Irán, Irak y Corea del Norte) para los agentes de la NSA, preocupados por la enorme influencia que el gobierno bolivariano ejercía en la región.



Especial importancia alcanzaban para esta agencia la "amplitud y profundidad" de las relaciones entre estos países, incluyendo también a Cuba. País éste, al que no solo espían, sino que bloquean económicamente desde hace más de medio siglo.



A propósito de este bloqueo, considerado con buen criterio por las autoridades cubanas como un delito de genocidio desde su propia implantación, puesto que el objetivo consistía en doblegar por hambre y necesidades al pueblo cubano, cuyo apoyo a la Revolución era (y es) abrumadoramente mayoritario, para que se levantara contra su propio gobierno. Para no hablar de las gravísimas consecuencias que a lo largo de todo este tiempo ha generado en la población, especialmente en temas tan sensibles como el de la salud, donde Cuba se ve privada de la posibilidad de comprar medicamentos en los Estados Unidos o en países donde se hallen radicados establecimientos con capital estadounidense.



Una buena noticia en torno a este inhumano bloqueo, se produjo durante el transcurso de la pasada semana, cuando la Asamblea General de las Naciones Unidas condenó a esta medida totalitaria de Washington con el voto de 188 países. Solo votaron a favor del bloqueo los propios Estados Unidos y el Estado de Israel, su inseparable socio que recibe tres mil millones de dólares anuales en ayuda militar. Se abstuvieron tres micropaíses que cabrían juntos, holgadamente, en la provincia de Tucumán.



Una nueva y rotunda condena al imperio, donde —cada año— se suman nuevos países para reprobar esta criminal política de Washington.



Regresando al espionaje estadounidense a Venezuela, el periódico neoyorquino señala que la misión de los funcionarios de la NSA consistía en dotar de información privilegiada (textual) "a los encargados políticos para prevenir que Venezuela obtenga sus objetivos de liderazgo regional y persiga políticas que impacten negativamente los intereses globales de los Estados Unidos".



Un funcionario de la NSA en Texas se encargaba de "rastrear cada día los mensajes privados de los funcionarios, buscando chismes que pudieran proporcionar una pequeña ventaja política", señala el diario.



En un documento posterior —fechado en 2010— se confirma el interés estadounidense en conocer todo lo referente a los préstamos multimillonarios otorgados por China para la compra de radares y perforación petrolera, una relación que se mantuvo y se estrechó con el paso del tiempo.



La NSA también siguió de cerca las compras de misiles y aviones de combate a Rusia y los avances en la construcción de una fábrica de drones (aviones no tripulados) de origen iraní en territorio venezolano.



Es moneda corriente, desde el principio de los tiempos, que los estados espían a otros estados para resguardarse de posibles agresiones militares, para preparar agresiones o —simplemente— para monitorear los avances tecnológicos de otros países, ya sean enemigos o no.



Pero lo inadmisible es que un Estado se constituya (o pretenda constituirse) en el gendarme del mundo, para su entero beneficio, amparado en la perversa doctrina de la guerra preventiva, que demuele siglos empleados en la construcción del derecho internacional.



Otro flagelo, además del espionaje a diestra y siniestra —que incluye aliados y enemigos—, es el tema de los drones estadounidenses que sistemáticamente siembran la muerte con la autorización específica, casi cotidiana, del presidente Barack Obama.



El pasado domingo un dron asesinó al supuesto líder de los talibán en territorio paquistaní, Hakimullah Mehsud. Y decimos “asesinó”, porque más allá del carácter terrorista o no del mencionado líder, desde hace más de doscientos años —en Occidente— todo ser humano tiene el derecho a ser juzgado por sus presuntos delitos.



Además de la violación de los derechos individuales, el ataque estadounidense en territorio paquistaní es una abierta violación a la soberanía de este país asiático. Violación por la cual Islamabad hizo llegar su condena al gobierno de Washington por su conducta terrorista.



Pero, por si esto fuera poco, en el ataque del domingo —con misiles desde los aviones no tripulados— murieron seis personas que nada tenían que ver con el dirigente talibán.



Seguramente, el presidente Obama se habrá encogido de hombros diciendo “no nos preocupemos, simplemente se trata de daños colaterales”.



Amy Goodman, la destacada periodista estadounidense, conductora del programa “Democracy Now”, describe en un artículo titulado “La creciente resistencia a las guerras de Obama con aviones no tripulados”, un relato desgarrador sobre estos “daños colaterales”.



Veamos…



“Antes no temía a los aviones no tripulados, pero ahora, cuando los veo sobrevolar, me pregunto: ¿seré la próxima víctima?”. Este es el testimonio de Nabila Rehman, una niña de 9 años de edad del noroeste de Pakistán, que resultó herida en un ataque estadounidense con avión no tripulado hace un año, en la pequeña localidad de Ghundi Kala. Nabila vio a su abuela, Mamana Bibi, volar en pedazos en el ataque. Su hermano, Zubair, también resultó herido. Su caso ha vuelto a centrar la atención en el polémico programa de asesinatos selectivos, como parte de la política exterior y de la estrategia de guerra del Presidente Barack Obama a nivel mundial”, señala el mencionado artículo.



“Nabila y su hermano Zubair, que tiene 13 años —continúa el mencionado artículo—, son parte del creciente número de víctimas de ataques con aviones no tripulados, pero su situación es especial, ya que lograron comparecer ante el Congreso estadounidense junto a su padre, Rafiq ur Rehman, para brindar testimonio acerca del ataque y de cómo destruyó a su familia”.



Husmear con cinismo a medio mundo (o mejor dicho al mundo entero); asesinar mediante aviones no tripulados en el lugar del planeta que se les ocurra; espiar al gobierno venezolano, para prevenir que “obtenga sus objetivos de liderazgo regional”; tener el triste honor de haber sido el único país de la historia que arrojó dos bombas atómicas sobre poblaciones civiles (Hiroshima y Nagasaki); ser el país que desde su independencia robó territorios a los pobladores originarios y a sus países vecinos; ser la potencia que invadió decenas de naciones en todo el orbe; es para preguntarse… “¿de dónde sale tanto atropello, tanta soberbia criminal?



La respuesta no hace falta investigarla mucho. Ya está escrita.



Fue difundida en el año 1845 por el periodista John O’Sullivan en la publicación Democratic Review de Nueva York.



Basándose en el pensamiento de los primeros colonizadores del siglo XVII, O’Sullivan fundamenta la actitud de los Estados Unidos diciendo que la política de expansión “…por todo el continente, nos ha sido asignada por la Divina Providencia, para el desarrollo del gran experimento de libertad y autogobierno. Es un derecho como el que tiene un árbol de obtener el aire y la tierra necesarios para el desarrollo pleno de sus capacidades y el crecimiento que tiene como destino”.



Esta palabra final —“destino”— es la piedra angular de la sistemática política exterior del imperio: “el destino manifiesto” que Dios le ha asignado a su país.



A lo largo de su historia, los políticos de esa nación han invocado el favor de Dios en sus discursos y han insistido en la “misión trascendente” que tienen la obligación de cumplir.



El actor y humorista estadounidense James Rado, consciente del trágico disparate de este supuesto destino manifiesto, pergeñó esta ingeniosa frase: “Reclutamiento es cuando los blancos envían a negros a pelear con amarillos para proteger al país que ellos robaron a los pieles rojas”.