Por Julio Gambina
jcgambina@gmail.com
Las reservas internacionales bajaron a
29.858 millones de dólares, desde un máximo superior a los 52.000
millones de dólares a comienzos del 2011.
Para entender la clave de la reducción
de las reservas, hay que concentrar la mirada en el pago de deuda.
Para ello puede recordarse el debate oportunamente realizado en enero
del 2010, a la salida de Martín Redrado de la conducción del BCRA.
"Política económica", columna de opinión emitida en "Hipótesis" el sábado 18 de enero de 2014.
La discusión entonces era si pagar deuda con recursos
corrientes del presupuesto o utilizar las reservas con ese fin. Para la primera
posición se anotaba la oposición sistémica, de derecha explícita, siempre
dispuesta al ajuste sobre el gasto social. Para la segunda el gobierno, que es
lo que finalmente se adoptó y viene impactando en el nivel de reservas, tal
como justifican las autoridades.
Ambas posiciones, el gobierno y la oposición sistémica
estaban y están por la cancelación puntual de la deuda, unos acudiendo al
ajuste fiscal, restringiendo gasto social para cumplir con acreedores de la
deuda pública, otros utilizando reservas acumuladas por saldos favorables del
comercio exterior y otros ingresos de divisas, sean préstamos o inversiones.
Son discusiones recurrentes en la Argentina, Incluso en enero
del 2006 se canceló deuda con el FMI con reservas internacionales y se sostuvo
que las reservas se recuperarían con el crecimiento del comercio exterior y el
ingreso de divisas por inversiones y créditos.
Si en diciembre del 2005 las reservas alcanzaban los 28.077
millones de dólares, al mes siguiente se redujeron a 19.689 millones, producto
de una cancelación anticipada al FMI por 9.500 millones.
Es cierto que hubo recuperación de reservas, las que
crecieron desde ese nivel a más de 52.000 millones de dólares a inicios del
2011, cuando comenzaron a bajar producto de la decisión de utilizar reservas
para cancelar deuda.
Evolución
del nivel de reservas internacionales
Hacia marzo del 2001, en pleno despliegue de la crisis, las
reservas cayeron por debajo de los 30.000 millones, registrándose en volumen de
29.812 millones[1]
y siguieron cayendo hasta el mínimo de 8.986 millones de dólares en Julio del
2002. El máximo logrado había sido en enero del 2001 con un volumen de 36.153
millones.
La baja de las reservas era expresión de la fuga de capitales
para radicar la valorización capitalista fuera del mercado local. La rebelión
popular ponía de manifiesto el descontento e indujo la salida de la
convertibilidad. El costo sería un fuerte deterioro de las condiciones de vida
de la mayoría de la población, ya que la devaluación de enero del 2002 indujo
un fortísimo ajuste en contra de los trabajadores y sus ingresos y muy
favorable a la renta empresaria, la que despuntó con la recuperación desde
mediados del 2002. La devaluación fue el mecanismo para esa operación,
disimulada con el efecto crecimiento y recuperación del empleo con salarios de
miseria.
La recuperación económica, producto de la combinación de la
cesación de pagos de diciembre del 2001 y la devaluación de enero del 2002
supuso que los 10.000 millones de dólares de reservas internacionales se
superaron desde febrero del 2003; los 20.000 desde enero del 2005; los 30.000
desde noviembre del 2006; los 40.000 desde mayo 2007; los 50.000 desde marzo de
2008, aunque solo por dos meses, luego cayeron y consolidaron un nivel sobre
los 50.000 millones desde julio del 2010, hasta los 52.618 millones de enero
del 2011.
Es que la devaluación y el crecimiento de los precios
internacionales de los productos de exportación, especialmente la soja, consolidaron
un saldo comercial positivo que alimentó las reservas internacionales. De ese
máximo a comienzos del 2011 la reducción de las reservas fue continuada y acelerada.
Se perforó el techo de los 40.000 millones en abril del 2013 y ahora, en enero
del 2014 el nivel de los 30.000 millones de dólares.
El fenómeno de la caída de las reservas se consolida desde el
2011 y tiene como eje el pago de la deuda. Es la exigencia de las clases
dominantes mundiales, los acreedores externos y el sistema financiero mundial,
para habilitar la reinserción de la Argentina en el orden capitalista global,
del que fue desplazada parcialmente en 2001 como consecuencia de la declaración
de la cesación de pagos.
Pero aún falta para ese “logro” de reinsertar al país en el
sistema financiero mundial, y se requiere cancelar la deuda impaga con el Club
de París por unos 10.000 millones de dólares. Además, terminar con las demandas
judiciales por la deuda en cesación de pagos (juicios en Nueva York), y
bonistas que no ingresaron a los sucesivos canjes, lo que adiciona otros 7.000
millones sin considerar intereses reclamados. Más las demandas en proceso ante
el CIADI, estimadas en más de 10.000 millones de dólares.
Pensar en cumplir con esas obligaciones hace un cóctel
explosivo, de extorsión a la soberanía y las necesidades insatisfechas de la
mayoría de la población, razón por la cual en otra ocasión calificamos a la
deuda como un cáncer a extirpar.
¿Existe
otra posibilidad?
Se requiere discutir el camino elegido y pensar alternativas.
Desde el gobierno se insiste en la cancelación recurrente de la deuda, la que
se incrementó desde fines del 2001 al presente, de 145.000 millones a 209.000
millones, mientras se cancelaron en la década 173.000 millones de dólares según
publicitó Cristina Fernández antes de las elecciones de octubre pasado.
Insistamos que la deuda es un cáncer, cual barril sin fondo,
agotando recursos que bien podrían constituir la base de una acumulación con
fines alternativos.
Es necesario frenar la fuga de capitales y para ello se
requiere un estricto control de cambios y la nacionalización del comercio
exterior y la banca, algo que disgustará al poder, no hay dudas, pero
imprescindible para transitar un proceso de reversión del chantaje de las
clases dominantes que corren permanentemente los límites de la cancha, y queda
claro con la cotización reclamada de la divisa. Las nuevas autoridades
económicas y políticas luego de las elecciones de octubre aceleran como nunca
la devaluación (de 6 a 6,75) y el dólar ilegal no tiene límites (de 9 a 11,25).
Mientras más se devalúa más crece la cotización paralela e incide en la
inflación, la que castiga a los sectores de menores ingresos.
El imaginario gubernamental es que asumiendo la agenda del
poder se podrá estabilizar la economía. Por eso se apuesta a las inversiones
externas para el autoabastecimiento energético, a cualquier costo “ecológico” y
sobre cualquier opinión en contra de ciudades y pueblos que se manifiestan en
contra del fracking. También se apuesta al saldo positivo del comercio exterior
montado en una sojización creciente que consolida un modelo productivo primario
exportador, al tiempo que se restringen las importaciones. El crecimiento de la
economía es el objetivo, de cualquier modo. Nuestra apelación apunta a discutir
el modelo de crecimiento de la producción y de desarrollo, lo que supone
renegar de la lógica del pago sin auditar la deuda, de las facilidades para la
fuga de capitales y el dispendio de recursos soberanos que debieran utilizarse
para otro modelo productivo y de desarrollo.
¿Es un camino sencillo? No, se requiere discutir el propio
orden capitalista, pues no hay destino en el marco de una lógica de producción
que asegura ganancias monopólicas a escala global sobre la base de la
especulación financiera, la militarización y el tráfico de armas; la droga y el
delito de todo tipo. Esa es la realidad del capitalismo contemporáneo, no hay
otro, es lo que existe, es el capitalismo real y Argentina lo sufre como parte
de él. El diagnóstico es clave, sino es imposible transitar un nuevo camino.
Hace falta una conciencia anti capitalista, una crítica sustancial al
capitalismo de nuestro tiempo y empezar a desafiar el pensamiento y la práctica
social por una nueva sociedad, que insisto en llamar socialista, aún con los
errores de las experiencias desarrollados, pero con el empecinamiento de la
posible construcción de otro mundo con otros beneficiarios, la mayoría de la
sociedad.