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Cuando ya son muy escasas
las barricadas de la derecha en las calles venezolanas, en Bolivia las calles
comenzaron a agitarse por las movilizaciones de suboficiales de las Fuerzas
Armadas por supuestos o reales reclamos contra la discriminación hacia los
cuadros inferiores de dichas fuerzas.
"Con los Ojos del Sur", columna de opinión emitida en "Hipótesis" el sábado 26 de abril de 2014.
En tiempos de las
dictaduras militares o de gobiernos civiles satélites del imperio, esas mismas
calles eran testigos de las luchas populares frente a modelos de concentración
económica y de exclusión de amplias capas de la población.
Uno de los más cabales
ejemplos de este tipo de acciones lo dio el pueblo boliviano. Desde la
denominada Guerra del Agua desatada por la ciudadanía de Cochabamba, cuando en
1993 el exdictador Hugo Bánzer privatizó este servicio a favor de la
transnacional Aguas del Tunari; hasta las insurrecciones con epicentro en El
Alto que —con un elevadísimo costo en vidas humanas— terminaron con la huída
del represor Gonzalo Sánchez de Lozada; las movilizaciones fueron marcando el
ascenso de los trabajadores, campesinos, pueblos originarios y demás sectores
populares, que culminó con el triunfo electoral en 2005 del actual presidente
Evo Morales.
Situaciones similares se
fueron hilvanando en los distintos países del continente, muchas de las cuales
también culminaron con la llegada al gobierno de representantes genuinos de
esos pueblos.
Fue tan catastrófica la
crisis económica que originó el neoliberalismo, que el imperio no supo o no
pudo evitar estos resultados inéditos en la historia de Nuestra América. Desde
las luchas de la
Independencia no se daba en nuestra región un fenómeno tan
vasto de gobiernos parecidos a sus pueblos.
Hubo quienes pensaron ingenuamente
que estos procesos emancipatorios tenían un carácter irreversible.
Nada es irreversible cuando
en la vereda de enfrente se encuentra actuando sistemáticamente el enemigo…
¡si, el enemigo!... más allá de la retórica que pretende mostrarlo como el adversario.
Los regímenes
cívico-militares que regaron de muertos y desparecidos a nuestros países no
pueden ni deben ser considerados como adversarios. Quienes cometen crímenes
para defender sus intereses económicos y sus privilegios no son adversarios.
Son enemigos de la inmensa mayoría de la población, entre quienes eligieron a
sus víctimas.
Quienes aplicaron
perversamente las políticas neoliberales del llamado Consenso de Washington (y
en muchos países siguen aplicando), provocando hambre, miseria, exclusión y
muerte, no son adversarios, son enemigos; puesto que en la mayoría de los
procesos unos y otros eran los mismos actores.
El tiempo ha pasado y
ciertas dificultades económicas, muchas de ellas devenidas de la crisis
sistémica de los países centrales; sabotajes o palos en la rueda de los viejos
sectores del privilegio; como así también algunos errores propios de estas
nuevas gestiones gubernamentales, han dado como resultado situaciones que —en
los hechos— perjudican a amplias capas de la población.
Es en esos momentos en que
las clases dominantes, que se vieron obligadas a resignar los gobiernos, pero
no el poder, acentúan su accionar con el poderoso escudo mediático del que
disponen, para ocupar las calles que antes eran ocupadas contra las políticas
de ajuste.
Ocurre que el
neoliberalismo, responsable de la debacle económico-social de nuestros países,
fue derrotado —digamos parcialmente— en el plano político, pero todavía está
intacto en el terreno cultural.
Es en este terreno —al que
el dirigente marxista italiano Antonio Gramsci le concedía un valor
excepcional, aún por encima de la conquista del poder político— donde el
neoliberalismo campea cómodamente.
Cuando en la cabeza de la
mayoría de los habitantes (por ejemplo) de la Argentina , predomina el
concepto de que la inflación es el producto directo de la emisión monetaria y
no de la agresiva puja distributiva liderada por los grandes grupos económicos,
no es suficiente con disponer del poder político.
Las usinas de pensamiento
del imperio y las de sus socios menores de cada país, sobre ese estado de
conciencia, realizan su trabajo, se apropian de los modos de lenguaje y de los
métodos de las luchas populares y lanza a la calle a los disconformes (muchas
veces con toda la razón del mundo), para atacar —en rigor— no a los verdaderos
responsables de los males sociales, sino a los gobiernos que están bregando por
resolverlos.
El enemigo (insistimos con
esta denominación, porque a quienes pretenden hacer retroceder estos procesos
emancipatorios no les cabe otra)… el enemigo, decíamos, se vale de todos los
medios posibles.
Agudiza con inteligencia
las contradicciones entre los sectores populares, por pequeñas que fueren, para
instalar brechas o grietas que les permitan debilitar a los gobiernos de signo
progresista y/o antiimperialista, para terminar derrotándolos ya sea por la vía
electoral o por medio de un golpe de Estado, suave o duro, según sea necesario.
En comentarios anteriores,
aquí en Hipótesis, ya hemos hablado de la teoría de los golpes suaves esgrimida
por el politólogo estadounidense Gene Sharp, compilada en su libro “De la
dictadura a la democracia”. Entendida —claro— como dictadura, la presencia del
Estado frente al accionar de los grandes grupos económicos. Y como democracia,
la absoluta libertad de las corporaciones para disfrazarse de “la mano
invisible del mercado”.
En algunos países, como es
el caso de Bolivia y Ecuador, el papel del imperio ha llegado a la cínica
instrumentación de sectores de los pueblos originarios, para enfrentarlos a los
gobiernos surgidos con la plena participación de esos pueblos.
Esto no significa que los
gobiernos populares siempre sean los poseedores de la razón. Se deberán
utilizar los canales existentes para hacer conocer las divergencias o se deberá
bregar para que existan esos canales. Los parlamentos de estos países tienen
legítimos representantes que pueden ser los portavoces de esas reivindicaciones
que aún no han sido implementadas. También hay países, como Venezuela, donde
hay consejos comunales. En fin, transitar todas las formas necesarias para
hacer oír las voces críticas.
Pero cuando estas
representaciones son cooptadas por las agencias de Washington como la USAID (la Agencia de los Estados
Unidos para el Desarrollo Internacional) o autodenominadas organizaciones no
gubernamentales, subsidiadas con fondos —precisamente—gubernamentales, estas
reivindicaciones pasan automáticamente a constituirse en saboteadoras de los
gobiernos libre y democráticamente elegidos por sus pueblos.
Por estos días —como
decíamos— las calles de La Paz ,
en Bolivia, se vieron colmadas de suboficiales que marchaban en
demanda de la “descolonización” de las instituciones militares, para lo cual
solicitaban la modificación de la Ley Orgánica de las Fuerzas Armadas.
Esa situación condujo a los comandos del Ejército, Fuerza
Aérea y de la Armada
Boliviana a disponer, en apego a las normas, el “retiro
obligatorio” de 702 suboficiales y sargentos que faltaron a sus lugares de
trabajo.
El presidente Evo Morales aseguró ayer, en el acto en
conmemoración de los 123 años de la reapertura del Colegio Militar “Coronel Gualberto
Villarroel”, que la disciplina y la doctrina del pueblo en las Fuerzas Armadas
son “importantes” para Bolivia.
El presidente Morales agregó que “si no hay disciplina no
hay Fuerzas Armadas para Bolivia, si no hay doctrina del pueblo en las Fuerzas
Armadas no hay Fuerzas Armadas para el pueblo de Bolivia”.
El jefe de Estado explicó que las Fuerzas Armadas deben tener una doctrina que exprese las luchas antes de la fundación dela República , “que sienta y
que piense y que se organice no solamente para defender el territorio nacional”,
sino también para defender sus recursos naturales, para cuidar y para atender
al pueblo boliviano.
El jefe de Estado explicó que las Fuerzas Armadas deben tener una doctrina que exprese las luchas antes de la fundación de
Debemos consignar que en un pronunciamiento conjunto de la Central Obrera Boliviana (COB)
y la Coordinadora
Nacional por el Cambio (CONALCAM), que aglutina a
organizaciones sociales del campo y la ciudad, se expresó el pleno apoyo al
gobierno del presidente Evo Morales. En ese mismo texto se consideró como una
“demanda histórica la necesidad de cambiar a las Fuerzas Armadas de Bolivia
para que dejen de ser instrumentos de opresión que en el pasado utilizó el
imperialismo y la oligarquía para someter al pueblo boliviano a través de
golpes de Estado y dictaduras”.
Pero también resaltó que en el marco de este proceso surgido
de la derrota del neoliberalismo, las Fuerzas Armadas han cumplido “su misión
constitucional” y respetaron “plenamente la democracia y las propias transformaciones
económicas, sociales y políticas, llegando a participar —junto al pueblo
boliviano— en la implementación de medidas estructurales como la
nacionalización de los hidrocarburos en el año 2006” .
En otro pasaje del documento de la Central Obrera Boliviana y de la CONALCAM , se señala
claramente “las movilizaciones que vienen efectuando algunos suboficiales y
sargentos de las Fuerzas Armadas están tratando de confundir al pueblo
boliviano, utilizando bonitos discursos (democratización, descolonización) para
alcanzar fines y objetivos contrarrevolucionarios…”
En este marco, la decisión del presidente Evo Morales,
capitán general de las Fuerzas Armadas bolivianas y del alto mando, ha sido
aleccionadora, al tiempo que conlleva una clara advertencia a todos aquellos
que pretendan torcer la voluntad popular en defensa de los intereses de las
clases poseedoras.