BOLIVIA: ¿GOLPE DE ESTADO «SUAVE»?

Por Miguel Angel Ferrari
miguelferrari@gmail.com

Cuando ya son muy escasas las barricadas de la derecha en las calles venezolanas, en Bolivia las calles comenzaron a agitarse por las movilizaciones de suboficiales de las Fuerzas Armadas por supuestos o reales reclamos contra la discriminación hacia los cuadros inferiores de dichas fuerzas.


"Con los Ojos del Sur", columna de opinión emitida en "Hipótesis" el sábado 26 de abril de 2014.


En tiempos de las dictaduras militares o de gobiernos civiles satélites del imperio, esas mismas calles eran testigos de las luchas populares frente a modelos de concentración económica y de exclusión de amplias capas de la población.

Uno de los más cabales ejemplos de este tipo de acciones lo dio el pueblo boliviano. Desde la denominada Guerra del Agua desatada por la ciudadanía de Cochabamba, cuando en 1993 el exdictador Hugo Bánzer privatizó este servicio a favor de la transnacional Aguas del Tunari; hasta las insurrecciones con epicentro en El Alto que —con un elevadísimo costo en vidas humanas— terminaron con la huída del represor Gonzalo Sánchez de Lozada; las movilizaciones fueron marcando el ascenso de los trabajadores, campesinos, pueblos originarios y demás sectores populares, que culminó con el triunfo electoral en 2005 del actual presidente Evo Morales.

Situaciones similares se fueron hilvanando en los distintos países del continente, muchas de las cuales también culminaron con la llegada al gobierno de representantes genuinos de esos pueblos.

Fue tan catastrófica la crisis económica que originó el neoliberalismo, que el imperio no supo o no pudo evitar estos resultados inéditos en la historia de Nuestra América. Desde las luchas de la Independencia no se daba en nuestra región un fenómeno tan vasto de gobiernos parecidos a sus pueblos.

Hubo quienes pensaron ingenuamente que estos procesos emancipatorios tenían un carácter irreversible.

Nada es irreversible cuando en la vereda de enfrente se encuentra actuando sistemáticamente el enemigo… ¡si, el enemigo!... más allá de la retórica que pretende mostrarlo como el adversario.

Los regímenes cívico-militares que regaron de muertos y desparecidos a nuestros países no pueden ni deben ser considerados como adversarios. Quienes cometen crímenes para defender sus intereses económicos y sus privilegios no son adversarios. Son enemigos de la inmensa mayoría de la población, entre quienes eligieron a sus víctimas.

Quienes aplicaron perversamente las políticas neoliberales del llamado Consenso de Washington (y en muchos países siguen aplicando), provocando hambre, miseria, exclusión y muerte, no son adversarios, son enemigos; puesto que en la mayoría de los procesos unos y otros eran los mismos actores.

El tiempo ha pasado y ciertas dificultades económicas, muchas de ellas devenidas de la crisis sistémica de los países centrales; sabotajes o palos en la rueda de los viejos sectores del privilegio; como así también algunos errores propios de estas nuevas gestiones gubernamentales, han dado como resultado situaciones que —en los hechos— perjudican a amplias capas de la población.

Es en esos momentos en que las clases dominantes, que se vieron obligadas a resignar los gobiernos, pero no el poder, acentúan su accionar con el poderoso escudo mediático del que disponen, para ocupar las calles que antes eran ocupadas contra las políticas de ajuste.

Ocurre que el neoliberalismo, responsable de la debacle económico-social de nuestros países, fue derrotado —digamos parcialmente— en el plano político, pero todavía está intacto en el terreno cultural.

Es en este terreno —al que el dirigente marxista italiano Antonio Gramsci le concedía un valor excepcional, aún por encima de la conquista del poder político— donde el neoliberalismo campea cómodamente.

Cuando en la cabeza de la mayoría de los habitantes (por ejemplo) de la Argentina, predomina el concepto de que la inflación es el producto directo de la emisión monetaria y no de la agresiva puja distributiva liderada por los grandes grupos económicos, no es suficiente con disponer del poder político.

Las usinas de pensamiento del imperio y las de sus socios menores de cada país, sobre ese estado de conciencia, realizan su trabajo, se apropian de los modos de lenguaje y de los métodos de las luchas populares y lanza a la calle a los disconformes (muchas veces con toda la razón del mundo), para atacar —en rigor— no a los verdaderos responsables de los males sociales, sino a los gobiernos que están bregando por resolverlos.

El enemigo (insistimos con esta denominación, porque a quienes pretenden hacer retroceder estos procesos emancipatorios no les cabe otra)… el enemigo, decíamos, se vale de todos los medios posibles.

Agudiza con inteligencia las contradicciones entre los sectores populares, por pequeñas que fueren, para instalar brechas o grietas que les permitan debilitar a los gobiernos de signo progresista y/o antiimperialista, para terminar derrotándolos ya sea por la vía electoral o por medio de un golpe de Estado, suave o duro, según sea necesario.

En comentarios anteriores, aquí en Hipótesis, ya hemos hablado de la teoría de los golpes suaves esgrimida por el politólogo estadounidense Gene Sharp, compilada en su libro “De la dictadura a la democracia”. Entendida —claro— como dictadura, la presencia del Estado frente al accionar de los grandes grupos económicos. Y como democracia, la absoluta libertad de las corporaciones para disfrazarse de “la mano invisible del mercado”.

En algunos países, como es el caso de Bolivia y Ecuador, el papel del imperio ha llegado a la cínica instrumentación de sectores de los pueblos originarios, para enfrentarlos a los gobiernos surgidos con la plena participación de esos pueblos.

Esto no significa que los gobiernos populares siempre sean los poseedores de la razón. Se deberán utilizar los canales existentes para hacer conocer las divergencias o se deberá bregar para que existan esos canales. Los parlamentos de estos países tienen legítimos representantes que pueden ser los portavoces de esas reivindicaciones que aún no han sido implementadas. También hay países, como Venezuela, donde hay consejos comunales. En fin, transitar todas las formas necesarias para hacer oír las voces críticas.

Pero cuando estas representaciones son cooptadas por las agencias de Washington como la USAID (la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional) o autodenominadas organizaciones no gubernamentales, subsidiadas con fondos —precisamente—gubernamentales, estas reivindicaciones pasan automáticamente a constituirse en saboteadoras de los gobiernos libre y democráticamente elegidos por sus pueblos.

Por estos días —como decíamos— las calles de La Paz, en Bolivia, se vieron colmadas de suboficiales que marchaban en demanda de la “descolonización” de las instituciones militares, para lo cual solicitaban la modificación de la Ley Orgánica de las Fuerzas Armadas.

Esa situación condujo a los comandos del Ejército, Fuerza Aérea y de la Armada Boliviana a disponer, en apego a las normas, el “retiro obligatorio” de 702 suboficiales y sargentos que faltaron a sus lugares de trabajo.

El presidente Evo Morales aseguró ayer, en el acto en conmemoración de los 123 años de la reapertura del Colegio Militar “Coronel Gualberto Villarroel”, que la disciplina y la doctrina del pueblo en las Fuerzas Armadas son “importantes” para Bolivia.

El presidente Morales agregó que “si no hay disciplina no hay Fuerzas Armadas para Bolivia, si no hay doctrina del pueblo en las Fuerzas Armadas no hay Fuerzas Armadas para el pueblo de Bolivia”.

El jefe de Estado explicó que las Fuerzas Armadas deben tener una doctrina que exprese las luchas antes de la fundación de la República, “que sienta y que piense y que se organice no solamente para defender el territorio nacional”, sino también para defender sus recursos naturales, para cuidar y para atender al pueblo boliviano.

Debemos consignar que en un pronunciamiento conjunto de la Central Obrera Boliviana (COB) y la Coordinadora Nacional por el Cambio (CONALCAM), que aglutina a organizaciones sociales del campo y la ciudad, se expresó el pleno apoyo al gobierno del presidente Evo Morales. En ese mismo texto se consideró como una “demanda histórica la necesidad de cambiar a las Fuerzas Armadas de Bolivia para que dejen de ser instrumentos de opresión que en el pasado utilizó el imperialismo y la oligarquía para someter al pueblo boliviano a través de golpes de Estado y dictaduras”.

Pero también resaltó que en el marco de este proceso surgido de la derrota del neoliberalismo, las Fuerzas Armadas han cumplido “su misión constitucional” y respetaron “plenamente la democracia y las propias transformaciones económicas, sociales y políticas, llegando a participar —junto al pueblo boliviano— en la implementación de medidas estructurales como la nacionalización de los hidrocarburos en el año 2006”.

En otro pasaje del documento de la Central Obrera Boliviana y de la CONALCAM, se señala claramente “las movilizaciones que vienen efectuando algunos suboficiales y sargentos de las Fuerzas Armadas están tratando de confundir al pueblo boliviano, utilizando bonitos discursos (democratización, descolonización) para alcanzar fines y objetivos contrarrevolucionarios…”

En este marco, la decisión del presidente Evo Morales, capitán general de las Fuerzas Armadas bolivianas y del alto mando, ha sido aleccionadora, al tiempo que conlleva una clara advertencia a todos aquellos que pretendan torcer la voluntad popular en defensa de los intereses de las clases poseedoras.