DESPUES DEL SIETE DE ENERO

Por Ester Stekelberg
stekelberg@gmail.com

Estamos terminando la segunda semana posterior a los atentados terroristas del 7, 8 y 9 de enero, que sufrieran la revista de sátira política Charlie Hebdo y el supermercado judío de la Porte de Vincennes, con toma de rehenes, atentados que dejaran el saldo de 17 muertos, varias decenas de heridos y un estado de inquietud en la gente, que como comentara una puestera de uno de los mercados callejeros de Paris, “después de los atentados, a la gente se le cerró la boca y el monedero”.



“Contratapa”, columna de opinión, emitida en “Hipótesis” el sábado 24 de enero de 2015.


Efectivamente, las multitudes (y no hay palabra más justa) que se dan cita en los típicos mercados callejeros franceses, coloridos, multiétnicos, los de los mil y un olores, esas torres de Babel que se multiplican en cada barrio y en cada pueblo desde la capital hasta el pueblito de un centenar de almas, todos se han vaciado en mayor o menor medida.

En estas dos semanas el pueblo francés tuvo tristeza, estuvo inmovilizado, tuvo miedo, estuvo en comunión y en conmoción, se hizo preguntas, acusó, se auto amordazó y en los antípodas, ¡dale que va!, salió a señalar con el dedo a todo aquél que mostrara un solo signo de amalgama con el paquete terrorista, el color café con leche en la piel, el djellaba, el velo. La consigna podría ser: “todos SON terroristas” 

El blogger Laurent Mucchielli lo definió de esta manera:“Ese momento tan particular como intenso de cristalización emocional de la conciencia colectiva del que derivaron múltiples discursos y múltiples acciones colectivas (…) como así también distintas maneras de reaccionar y de instrumentalizar ese momento, discursos y acciones que se produjeron y que se seguirán produciendo…”

Muchos fueron Charlie Hebdo, muchos no lo fueron, muchos hicieron el minuto de silencio y muchos no. Algunos de los que no lo hicieron, fueron catalogados, marcados, estigmatizados, acusados y hasta separados de sus funciones laborales.

Leemos en L’Observateur que cada día se aplican penas ejemplares (y de excepción) a personas condenadas por haber celebrado los actos terroristas de los hermanos Kouachy y de Amédy Coulibaly. Cada día también explota la lista de delitos o crímenes cometidos contra la comunidad musulmana. Sin embargo es muy raro que se sepa cuál fue el fallo del procedimiento judicial que se aplicó en estos últimos casos.

“Estigmatización” y “amalgama” dos palabras que pueblan las conversaciones por estos nortes y que no son sólo palabras.

Igual que el término “apartheid” que usara esta semana el primer ministro Manuel Valls haciendo referencia a esas poblaciones marginales, que pueblan los barrios tan marginales como las poblaciones y que causara reacciones explosivas. ¿Qué fue lo que tanto incomodó a esos que reaccionaron como si les hubieran puesto petardos en el tujes? ¿La palabra? ¿La realidad de lo que el funcionario quiso decir? Que por otro lado no es ni más ni menos que la realidad, ni falta hace decirlo. El canciller Laurent Fabius, salió a corregir a su compañero del partido de la rosa y reemplazó “apartheid” –término que no correspondía jurídicamente, dijo--, por “segregación”

Otros prefirieron la palabra ghetto.

La semióloga especialista en medios Mariette Darrigrand explicó que si las clases políticas condenaron la palabra  “apartheid” por considerarla inexacta y aceptaron ghetto, es porque el sentido primero de ghetto, -- agrupar una población para luego deshacerse de ella-- pareciera haberse olvidado
(¿se habrán olvidado del Ghetto de Varsovia?). Es mucho más fuerte el sentido de ghetto que el de apartheid, explica Darrigrand, sin embargo el apartheid está más presente por ser un hecho político del siglo XX, más cercano en el imaginario colectivo.

Y seguimos.

Otro signo de estos últimos días gira en torno de una pregunta: ¿y ahora, qué hacemos?, pregunta que se multiplica en ámbitos variopinto, escuelas, gabinete gubernamental, cafés, mezquitas, sinagogas, mercados, vecinas y vecinos, medios de comunicación.

Lucille Delaporte en su artículo: “Después de los atentados, el plan para la escuela excluye lo esencial” analiza el rol que debe cumplir la educación en las escuelas, el que no cumplió y el que va a seguir sin cumplir. Escribe Delaporte: “Desde los atentados de Paris, la escuela se encontró en el centro del debate público y ¡hasta en el banquillo de los acusados! ¿Qué desesperanza pudo provocar para haber engendrado estas derivaciones fanáticas? Los incidentes que ocurrieron en ciertos establecimientos educativos al momento del minuto de silencio impuesto en homenaje a las víctimas, con propósitos muy duros por parte de algunos alumnos, ¿no son el signo de una escuela que moralmente fracasó?

La periodista sigue analizando que a la derecha del espectro político se habló de que la institución educativa se reblandeció,  que algún diputado propuso suspender las asignaciones a las familias cuyos hijos se hubieren negado a respetar el minuto de silencio, que otros hablaron de volver al uniforme escolar. Sin embargo nadie se refirió a que el gobierno anterior del signo político de los iluminados que propusieron esas soluciones, fue el que anuló 80 000 puestos en la educación nacional. Si, escuchó muy bien, 80 000 puestos menos. Tampoco nadie habló del gobierno actual, socialista, o sea, los iluminados de signo contrario a los anteriores, que hicieron del sistema financiero su brújula y su timón, cuando en la campaña preelectoral las finanzas eran el enemigo público número uno a combatir, les faltaba solamente cantar: “combatiendo al capital…”  

Esta contra le propone música como para ir cerrando. Un temón, muy bello tema musical del incomparable George Brassens. El título es “Quand les cons sont braves”, algo así como cuando los boludos son buena gente y empieza diciendo, más o menos lo que sigue:

“Sin ser completamente un imbécil consumado
No tengo nada de pensador ni de fénix ni de genio
Pero tampoco soy un mal tipo, tengo buen corazón
Y eso compensa.

Y el refrán:

Cuando los boludos son buena gente
Como yo, como vos, como nosotros, como ustedes
No es tan grave
Que cometan, que se permitan
Burradas, estupideces, 
Que no razonen
Que no jodan a nadie.

Por desgracia, en la tierra
La mayor parte de los intratables,
Son gente
Muy mala
Cretinos sectarios
Se agitan, se excitan, se empeñan, despliegan por todos lados su entusiasmo para cagar a todo el mundo.

Y sigue:
Si el señor Z fuera un pánfilo sin grado
Dejaría en paz a sus compañeros.
Pero es un general de armas tomar, un bravucón.
Cuando se mete, empezá a contar los muertos.

Dios mío perdóname si mis propósitos te molestan.
Metiendo a los boludos en pieles de cordero
Mezclando los géneros, hiciste de la tierra
Lo que es, un quilombo