A 40 AÑOS DE LA VICTORIA DE VIETNAM SOBRE EL IMPERIO

Por Miguel Angel Ferrari
miguelferrari@gmail.com

El próximo jueves, 30 de abril, se cumplirán 40 años de la humillante derrota de los Estados Unidos a manos de los patriotas vietnamitas, liderados por los guerrilleros del Vietcong y las fuerzas armadas de la República Democrática de Vietnam.

“Con los Ojos del Sur”, columna de opinión emitida el sábado 25 de abril de 2015.


Si bien muchas acciones estadounidenses sufrieron contrastes, es  precisamente en la criminal agresión a Vietnam, donde las fuerzas regulares del imperio, actuando abiertamente como tales, son absolutamente derrotadas por primera vez en la historia.

Frente a este hecho ejemplar en la historia contemporánea, trascendental para los pueblos que luchan por su liberación en cualquier latitud del planeta, los Estados Unidos trataron por todos los medios de borrarlo de la memoria histórica.

Las películas estilo Rambo hicieron lo suyo y toda la batalla ideológica librada con éxito por el neoliberalismo —naciente por esos años de la derrota en Indochina— trató de imponer, mediante el pensamiento único, un manto de olvido para mostrar a Washington como potencia invencible.

La derrota estadounidense en Vietnam, desde el punto de vista de Washington, resulta ser un “muy mal ejemplo” para los pueblos que bregan por su soberanía territorial y por su independencia económica.

En Vietnam se desplegaron todos los caminos posibles para llevar adelante una lucha basada en una profunda motivación moral de los patriotas y en la íntima relación del ejército revolucionario y su partido dirigente, con los más amplios sectores de la sociedad vietnamita.

De un puñado mal armado de integrantes, que constituía en 1944 el embrión de lo que después sería el Ejército Popular de Vietnam, nació —bajo la conducción de Vo Nguyen Giap— la aguerrida fuerza que diez años más tarde derrotaría en la batalla de Dien Bien Phu a los colonialistas franceses y veintiún años después al régimen títere de Saigón y a más de medio millón de efectivos estadounidenses pertrechados con la más avanzada tecnología de la época.

Con posterioridad al Acuerdo de Ginebra de 1954, se dividió el país en dos. En el sur se estableció un régimen fantoche prohijado por Washington y en el norte, la República Democrática de Vietnam, con Ho Chi Minh como su presidente.

Esta división fue el resultado de la violación, por parte de los Estados Unidos y sus socios vietnamitas del sur, del convenio ginebrino que reconocía el fin del dominio francés, consagraba la unidad e integridad territorial del país y estipulaba la convocatoria a unas elecciones, nunca celebradas como consecuencia de la oposición de Washington y sus títeres.

El imperio aprovechó el vacío dejado por el colonialismo francés, para implantar una política neocolonial en Vietnam tan pronto se firmó el acuerdo de Ginebra. Esta política neocolonial fue escalando militarmente en la medida en que crecía la resistencia del pueblo vietnamita a la división del país y a la existencia de un gobierno ilegítimo en el sur.

De los “asesores” militares, se pasó a la presencia masiva de las fuerzas armadas norteamericanas, que llegaron a tener en suelo survietnamita 550 mil efectivos, incluyendo una parte importante de su fuerza aérea y sus bombarderos estratégicos B-52.

Pero nada de esto pudo doblegar al pueblo de Vietnam ni a sus hermanos de Laos y Camboya. Por el contrario, en el sur de Vietnam fue consolidándose un ejército guerrillero —el Vietcong—, que en unión con las tropas de la República Democrática de Vietnam fue capaz de llevar a cabo grandes operaciones como la ofensiva del Tet (el año nuevo lunar de 1968), catalogada como una de las grandes proezas de la historia militar de la humanidad. La ofensiva echó por tierra la arrogancia de los generales estadounidenses. Los mandos de Estados Unidos no se percataron del formidable movimiento de tropas y material que hizo posible atacar 140 aldeas y ciudades y hasta introducir un comando en la embajada del país del norte en Saigón.

Pero aún debían transcurrir unos años hasta que Estados Unidos, forzado por su bancarrota militar y por la presión de la opinión pública doméstica e internacional, se viera obligado a aceptar el 27 de enero de 1973 el “Acuerdo sobre el fin de la guerra y la restauración de la paz en Vietnam” en las negociaciones de paz de París con la República Democrática de Vietnam y el Gobierno Revolucionario Provisional de Vietnam del Sur.

Gran parte de la infraestructura de la República Democrática de Vietnam había sido destruida por las bombas. Los seres humanos quemados vivos con las bombas napalm. Mientras las armas químicas —como el Agente Naranja producido por Monsanto—arrasaban vastas extensiones de selva y cultivos. Millones de vietnamitas habían muerto, sobre todo niños, mujeres y ancianos. El acuerdo de París consiguió poner fin a los inclementes bombardeos sobre el norte, la retirada de las tropas norteamericanas y el reconocimiento de los derechos fundamentales del pueblo vietnamita. Sin embargo, este acuerdo fue burlado sistemáticamente por Washington y el régimen títere de Saigón en todo lo concerniente al sur.

Este incumplimiento, creó condiciones muy favorables para el desencadenamiento de la ofensiva final contra las tropas estadounidenses y de sus socios de Saigón, llevada a cabo por parte de las fuerzas militares del Gobierno Revolucionario Provisional de Vietnam del Sur y de la República Democrática de Vietnam.

La ofensiva fue fulminante y desalojó a las unidades saigonesas de todas las provincias hasta encerrarlas en un anillo en torno a la capital de Vietnam del Sur.

Mientras tanto, levantamientos populares acompañaron y dieron ánimo a la ofensiva de los revolucionarios, que culminaría con la captura de Saigón y la huída en masa de los asesores yanquis y de los  esbirros y personeros del régimen proestadounidense.

La victoria de Vietnam dio en aquel momento un gran impulso a los movimientos de liberación y a las fuerzas progresistas en el mundo. Se había cumplido el vaticinio de Ho Chi Minh: “Hoy, son los saltamontes los que se enfrentan a los elefantes. Mañana, será el elefante el que pierda su piel”. 


(Texto adaptado en base a la nota de Angel Guerra publicada el 28 de abril de 2005 en La Jornada de México).