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Por Miguel Angel Ferrari
miguelferrari@gmail.com
Tenían entre 16 y 29 años. Eran
mujeres rebeldes y luchaban contra el franquismo. Contra la barbarie. Contra el
nacionalismo ultra católico del dictador que haría millones de muertos en todo
el país en las décadas en que devastó la España de Machado y de Federico García y hasta su
bendita muerte en 1975 y más allá todavía.
“Política
Internacional”, comentario conjunto de “Con los Ojos del Sur” y “Contratapa” sobre
los crímenes del franquismo, las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki, y la
trágica suerte de los inmigrantes/refugiados. Emitido en “Hipótesis” el sábado 8
de agosto de 2015.
Tenían entre 16 y 29 años, el
5 de agosto de 1939 en que fueron fusiladas tras días y días de torturas y
vejámenes. Las Trece Rosas las llamaron. Y es una historia de horror, pero no
la única, entre tantísimas relatadas por la verdadera historia. Murieron por la
libertad. Por la “España de la rabia y de la idea”.
Carmen Barrero Aguado (20 años, costurera).
Martina García Barroso (24 años, costurera).
Blanca Brisac Vázquez (29 años, pianista).
Pilar Bueno Ibáñez (27 años, costurera).
Julia Conesa Conesa (19 años, costurera).
Adelina García Casillas (19 años).
Elena Gil Olaya (20 años).
Virtudes González García (18 años, costurera).
Ana López Gallego (21 años, costurera).
Joaquina López Laffite (23 años, secretaria).
Dionisia Manzanero Salas (20 años, costurera).
Victoria Muñoz García (18 años).
Luisa Rodríguez de la Fuente (18 años, sastre).
Acusadas del delito de “adhesión a la rebelión”, las
13 jóvenes, algunas de ellas integrantes de las Juventudes Socialistas
Unificadas, fueron fusiladas contra el muro del cementerio de la Almudena , en Madrid.
Pero no fueron las únicas víctimas. Pero no fueron los
únicos crímenes.
A fines de diciembre de 1945, en Hiroshima se cuentan
145.000 muertos y en Nagasaki 70.000. Son los asesinados por el terrorismo del
imperio que en nombre de la paz, lanza la bomba nuclear, la “rosa estúpida”, sobre
poblaciones civiles. Desde el 6 y el 9 de agosto hasta fines de diciembre, la
radioactividad emanada por el uranio en Hiroshima y por el plutonio en
Nagasaki, incineró a más de 200.000 personas. Las consecuencias sobre esa
tierra arrasada, sobrevivieron a todas las generaciones. Los “hibakushas”, los
sobrevivientes, continúan muriendo, hoy
70 años más tarde y no es un giro poético. Harry Truman no necesitó más que
algunos segundos para rematar al vencido, después la justificación, que se
repitió cada vez que el imperio lo necesitó y en connivencia con el cómplice de
turno.
Pero no fueron las únicas víctimas, pero no fueron los
únicos crímenes.
El Daily Mail, periódico inglés populista y
conservador, el segundo más leído en el reinado después de The Sun, del 29 de
julio último, muestra como habitualmente una portada catástrofe. Esta vez con
un título que estremece: “Calais, ¡envíen la armada británica!”
Calais, importante ciudad del noroeste francés. Lugar
en donde nace el Euro túnel, el túnel ferroviario que a bajo el canal de la Mancha , une Francia con Denver
en Inglaterra. También uno de los puertos desde donde parten los ferris entre Calais
y Dover.
Calais, ciudad con bellas playas sobre la costa de
Ópalo, es, desde hace varios años, el punto de llegada y de partida, la
penúltima estación para los migrantes que habiendo cruzado (si no murieron en
el intento) el Mediterráneo, originarios de países devastados por la miseria,
por dictaduras, por hambrunas, sobre todo de África y entrado a Europa por
Grecia, Italia, Francia, España, atraviesan diversos países, Macedonia, Serbia,
Hungría, a veces pasan años transitando de país en país, para llegar a esta
ciudad desde donde, de la forma que fuere y aún a costa de sus vidas, buscan su
Eldorado, entrar al Reino Unido.
Unas 2000 personas originarias de Libia, Mauritania,
Eritrea, también de Afganistán, Paquistán y otros países, mezclan sus idiomas,
sus religiones, sus dialectos, sus creencias, sus olores y sus colores en un
campamento que desde abril a esta parte se fue armando en las dunas cercanas al
Euro Túnel. Como una pequeña ciudad dentro de la ciudad, las carpas van siendo
reemplazadas por construcciones más o menos sólidas. Un arquitecto mauritano
ofrece a través de un cartel, sus conocimientos. 4 mezquitas y una iglesia
católica muestran que la convivencia religiosa es posible.
Pero hay un momento del día, en que este espacio se
agita con una violencia en sordina. A la hora en que los camiones se agolpan sobre el puente que lleva a la entrada
del Euro túnel. O en el puerto, antes de entrar en la panza del ferri. Ahí
donde hay camiones parados, hay posibilidades. Entonces una visión que alucina
de decenas de personas que ¡de golpe! salen corriendo desde el campamento (la jungla
de Calais, lo llaman) corren, sin más equipaje que ellos mismos, con sus
miserias, sus dolores, su voluntad de vida, su ilegalidad como un sello, corren,
dejan lo que poco que tienen y corren, para probar suerte, meterse en el chasis
de un camión, entre las ruedas, tal vez un acoplado mal cerrado, una grieta en
el sistema, que les permita alcanzar ese lugar que como un potente motor, les
permite probar una y otra y otra vez. Si no es en esta oportunidad será en la
próxima. Y tal vez es en esta, si no muere aplastado por las ruedas del mismo
camión que fue su esperanza.
Pero no son las únicas víctimas, tampoco las últimas
en este sistema de “desvínculos”, en donde nadie quiere hacerse responsable de
sufrientes ajenos, en donde la respuesta es la militarización reforzada, en
donde las muertes son números y después estadísticas.
Lo escribió el poeta de visión aguda, de compromiso inalterable,
el salvadoreño Roque Dalton:
(…)
En nombre de quienes viven
en un país ajeno
(las casas y las fábricas y los comercios
y las calles y las ciudades y los pueblos
y los ríos y los lagos y los volcanes y los montes
son siempre de otros
y por eso está allí la policía y la guardia
cuidándolos contra nosotros).
En nombre de quienes lo único que tienen
es hambre explotación enfermedades
sed de justicia y de agua
persecuciones condenas
soledad abandono opresión muerte.
Yo acuso a la propiedad privada
de privarnos de todo.
(las casas y las fábricas y los comercios
y las calles y las ciudades y los pueblos
y los ríos y los lagos y los volcanes y los montes
son siempre de otros
y por eso está allí la policía y la guardia
cuidándolos contra nosotros).
En nombre de quienes lo único que tienen
es hambre explotación enfermedades
sed de justicia y de agua
persecuciones condenas
soledad abandono opresión muerte.
Yo acuso a la propiedad privada
de privarnos de todo.
Ester Stekelberg