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En los
tiempos que corren, las usinas ideológicas del neoliberalismo están logrando
éxitos en la descalificación de los políticos y —lo que es peor— en la
descalificación de la política.
“Con los Ojos
del Sur”, columna de opinión emitida el sábado 30 de abril de 2016.
Con
suma habilidad, esta retrógrada corriente de pensamiento ha focalizado sus
críticas en la corrupción de determinados sectores gobernantes, utilizando esa
crítica para desacreditar en su totalidad a los proyectos transformadores que
se están operando en nuestra región latinoamericana.
Como
contrapartida, resultaría interminable realizar una minuciosa descripción de
las prácticas delictivas de las clases dominantes, valiéndose de los resortes
del Estado. Tanto en dictadura como en democracia. Pero ello no es el motivo de
este análisis.
El
descrédito de la política, implementado por quienes dicen no tener ideologías,
tiene un claro objetivo: desposeer de la condición de ciudadanos a la mayor
cantidad de habitantes de un país.
Ser
ciudadanos implica sentirse partícipes de la cosa pública… la res pública del derecho romano, de donde
proviene —en nuestra lengua— la palabra república.
Que los
habitantes —devenidos en ciudadanos— se preocupen por la cosa pública,
constituye un verdadero peligro para quienes detentan el poder.
El padre del pensamiento neoliberal,
Friedrich Von Hayek, reflexiona sobre el tema de la libertad —con aparente
preocupación— señalando que “el
problema consiste en que numerosas libertades carecen de interés para los
asalariados, resultando difícil frecuentemente hacerles comprender que el
mantenimiento de su nivel de vida depende de que otros puedan adoptar
decisiones sin relación aparente alguna con los primeros. Por cuanto los
asalariados viven sin preocuparse de tales decisiones, no comprenden la
necesidad de adoptarlas, despreciando actuaciones que ellos casi nunca
necesitan practicar”. En su fuero íntimo, Hayek debe pensar… “¡por suerte!”
Vayamos
por partes, dice Hayek “el problema consiste en que numerosas libertades
carecen de interés para los asalariados…”. En este punto —y sin generalizar—
podríamos convenir con el economista austríaco que tiene razón. El centro de la
cuestión consiste en interrogarnos sobre el por qué de esa carencia de interés.
¿A
cuántos compatriotas reducidos a la miseria se les brindó la posibilidad de
acceder a una formación mínima, como para comprender estas problemáticas?
En
la actualidad, no solo que no se les brinda esa posibilidad, sino que —como
señalábamos al comienzo de nuestra nota— el establishment desempeña un papel
activo en privar a los habitantes de su rol de ciudadanos.
En
esta tarea de desposesión concurren simultáneamente los medios masivos de
desinformación, los más diversos vehículos culturales (por decirlo de algún
modo) al servicio del pensamiento único y el sector más reaccionario de los
movimientos religiosos… (aquí hacemos la salvedad respecto de numerosos
representantes de los diversos credos, preocupados y ocupados por las
condiciones de vida de las mayorías)…
El
resultado de esta desposesión es muy simple: al ser despojados de su condición
de ciudadanos —circunstancia de la cual, la mayoría de las víctimas no es
conciente—, esos habitantes quedan reducidos a la natural condición de
consumidores y, en el peor de los casos, a la de consumistas.
Como
tales, los consumidores (todos lo somos en la cotidiana satisfacción de
nuestras necesidades) actuamos con un lógico sentido individual, en procura de
obtener las mercancías al menor costo y con la mejor calidad posible.
Y
allí es donde opera, en los hechos, el pensamiento neoliberal.
Como
desde hace ya mucho tiempo (y este es otro de los éxitos de las clases
dominantes), la mayoría de los partidos políticos carecen de plataformas o
programas electorales, el poder convocante radica en el marketing, en una
apropiada asesoría publicitaria.
Frases
vacías de contenido que aluden a “un país normal” o la simpática palabra
“cambio”; estudiadas imágenes de los candidatos, en lo posible con gente
humilde, induciendo a pensar que la preocupación está dirigida a ese sector
social; y todo tipo de packaging, para no decir embalaje que resulta poco marketinero.
En
definitiva, esta modalidad publicitaria tiene mucho más que ver con un público
consumidor, al que se le ofrece una mercancía; que a ciudadanos interesados por
el destino del país.
El
antídoto para este mal, que hurta a las mayorías la única herramienta para
enfrentar a las minorías privilegiadas, es —sin dudas— la infatigable tarea de
esclarecimiento. La tan mentada batalla de las ideas.
Esta
es una de las problemáticas que opera al interior de los procesos emancipadores
alcanzados por los pueblos en nuestra región latinoamericana.
Con
meridiana claridad, el vicepresidente boliviano, Alvaro García Linera, en una
nota titulada “Derrotas y victorias”, analiza autocríticamente el resultado del
referendum (perdido por escaso margen) que proponía a la ciudadanía una nueva
re elección del presidente Evo Morales.
“Cuando uno arroja una piedra a un vaso
de cristal y éste se quiebra —dice García Linera—, a veces surge la pregunta
¿por qué se rompe el vaso? ¿Es por culpa de la piedra que lo impactó? ¿O porque
el vaso es rompible y luego entonces la piedra lo fragmenta? Es una pregunta
que solía plantearla el sociólogo Pierre Bourdieu para explicar que solo la
segunda posibilidad era la correcta, porque te permitía ver, en la
configuración interna del objeto, las condiciones de su devenir.
“En el caso del referéndum del 21 de
febrero, no cabe duda que hubo una campaña política orquestada por asesores
extranjeros. Las visitas clandestinas de la ONG NDI , dependiente del Departamento de Estado,
sus cursos de preparación de activistas cibernéticos, los continuos viajes de
los jefes de oposición a Nueva York —no precisamente a disfrutar del invierno—,
hablan de una planificación externa que tuvo su influencia. Pero así como la
piedra arrojada hacia el vaso, esta acción externa solo pudo tener efecto
debido a las condiciones internas del proceso político boliviano, que es
preciso analizar.
“Que en 10 años el 20% de la población
boliviana haya pasado de la extrema pobreza a la clase media es un hecho de
justicia y un récord de ascenso social, pero también de desclasamiento y
reenclasamiento social, que modifica toda la arquitectura de las clases
sociales en Bolivia. Si a ello sumamos que en la misma década de oro la
diferencia entre los más ricos y los más pobres se redujo de 128 a 39 veces; que la
blanquitud social ha dejado de ser un “plus”, un capital de ascenso social y
que hoy más bien la indianitud se está consagrando como el nuevo capital étnico
que habilita el acceso a la administración pública y al reconocimiento, nos
referimos a que la composición boliviana de clases sociales se ha reconfigurado
y, con ello, las sensibilidades colectivas, o lo que Antonio Gramsci llama el sentido común, el modo de
organizar y recepcionar el mundo, es distinto al que prevalecía a inicios del
siglo XXI”.
Y agregamos nosotros… que en Brasil,
donde el Partido de los Trabajadores sacó de la pobreza a 40 millones de
habitantes, hoy se esté al borde de un golpe de Estado, con apoyo de un
importante sector de la población, entre ellos muchos de esos 40 millones… es
parte de esta perversa y sistemática prédica de los poderosos.
Si la inclusión social, operada en todos
los países donde se pusieron en marcha políticas que confrontan con el
neoliberalismo, no va acompañada de la ardua tarea de explicar el costo
político de esa inclusión y de los peligros que acechan, porque quienes siguen
disponiendo del poder económico y mediático no están dispuestos a abandonarlo
sin ejercer violencia, el resultado puede ser el retroceso hacia las viejas
políticas conservadoras, como está ocurriendo en la Argentina.
“En Cuba se puede meter la pata, pero no
la mano” decía el Che.
En estos tiempos que corren, hay que
cuidarse muy bien para —en lo posible— ni siquiera meter la pata.