POSVERDAD... POSDEMOCRACIA...

Miguel Angel Ferrari
miguelferrari@gmail.com

Causó sorpresa e indignación en la opinión pública brasileña y en toda  Latinoamérica, el proyecto del oficialista Partido del Movimiento Democrático Brasileño (PMDB) que establece la suspensión de las  elecciones presidenciales de 2018.


"Con los Ojos del Sur", columna de opinión emitida en "Hipótesis" el sábado 6 de mayo de 2017.

Causó sorpresa e indignación en la opinión pública brasileña y en toda  Latinoamérica, el proyecto del oficialista Partido del Movimiento Democrático Brasileño (PMDB) que establece la suspensión de las  elecciones presidenciales de 2018.

El Gobierno de facto en Brasil, el mismo que ha pedido a la Unión de Naciones Sudamericanas (UNASUR) incluir en su agenda de trabajo la exigencia de celebrar rápidamente elecciones “libres y democráticas” en Venezuela, pretende a través del Congreso anular las elecciones presidenciales de 2018.

La Cámara de Diputados de Brasil recibió una propuesta de enmienda constitucional para anular estas elecciones presidenciales y celebrarlas —en simultáneo— con las de gobernadores en 2020.

La propuesta fue presentada por Marcelo Castro del Partido del Movimiento Democrático Brasileño, la organización política liderada por el presidente de facto, Michel Temer.

El presidente de la Cámara de Diputados, Rodrigo Maia, designó una comisión especial para analizar esta propuesta, que significa una seria amenaza para la realización de las próximas elecciones presidenciales.

Recordemos que Temer llegó a la Presidencia de Brasil a través de un golpe parlamentario contra la mandataria electa por más de 50 millones de votos, Dilma Rousseff, y su mandato interino expiraría en 2018, cuando deben efectuarse nuevamente elecciones presidenciales.

El diputado Paulo Pimienta del Partido de los Trabajadores (PT) calificó la propuesta como un "golpe dentro del golpe", que solo busca ampliar el mandato de Temer, quien no fue electo por voto popular. 

Es altamente sugestivo que esta enmienda constitucional se presente —justamente— cuando las encuestas dan por ganador al expresidente Luiz Inácio Lula da Silva, con el 31 por ciento. Mientras que un 85 por ciento rechaza la permanencia de Temer en el poder. 

En comentarios anteriores hemos hablado de ese neologismo denominado posverdad o mentira emotiva, utilizada para crear o modelar a la opinión pública.

Esta perversa práctica consiste en presentar una situación donde los hechos objetivos tienen menos influencia que las apelaciones a las emociones y a las creencias personales. 

La posverdad difiere de la mentira pura y simple. Esto es, de la falsificación de la verdad. La posverdad se podría resumir como
“el que algo aparente ser verdad es más importante que la propia verdad”.

No es casual que esta modalidad haya surgido —y tomado cuerpo— en el marco de la crisis del neoliberalismo, que no es otra que la crisis sistémica del propio modo de producción capitalista, ahora abocado a la apropiación por desposesión. Una suerte de acumulación originaria de las riquezas, que entre los siglos XVI y XVII crearon las condiciones para el surgimiento del capitalismo. Pero ahora, una acumulación practicada sistemáticamente por las clases dominantes a nivel global, para compensar la tendencia creciente a la caída de la tasa de ganancias.

En el caso de Brasil, tal como señalábamos al comienzo de este comentario, esta proyectada enmienda constitucional para postergar las elecciones presidenciales, que según las encuestas —como decíamos— serían ganadas por Lula, para cuya fundamentación es necesario aplicar la posverdad, está dando paso a otro neologismo que podríamos acuñar hoy en “Hipótesis”, al que llamaremos posdemocracia.

En realidad no estaríamos inventando nada, simplemente nos estaríamos remitiendo a un concepto ya descripto por Pedro Casaldáliga (obispo catalán, a cargo de la diócesis de São Felix do Araguaia, Brasil) y José María Vigil, teólogo español naturalizado nicaragüense.

Estos religiosos católicos —muy diferentes a nuestros obispos que convocan a la perversa reconciliación entre los genocidas y sus víctimas—… estos religiosos católicos (decíamos), en un trabajo titulado “Arrinconados por la desigualdad es hora de despertar”, señalan claramente…

“Es hora de despertar. Porque es urgente cambiar las reglas. A pesar de que estamos en una hora histórica de reflujo social, los espíritus más despiertos están viendo que es hora de reaccionar, de abrir los ojos, de concientizar, y de elaborar una nueva hegemonía, la hegemonía de la humanidad humana, la de la crítica al fundamentalismo de mercado, la de la recuperación de esa democracia secuestrada. Es hora de cambiar de rumbo: el de las tres últimas décadas ya está demostrado que es insostenible y nos está llevando a la explosión social y a la crisis planetaria.

“Se trata pues, de la necesidad de un trabajo de concientización, de pensamiento crítico, de resistencia. Es urgente romper el hechizo de esa hegemonía, conculcarla con prácticas ciudadanas alternativas, y ser coherentes con una participación política democrática responsable. «Cuando el pobre crea en el pobre, ya podremos cantar ¡Libertad!», decía un canto de la misa salvadoreña. Lo que hoy significa: cuando dejemos de colocar en los congresos y parlamentos, con nuestro voto, a la élite más rica y a sus representantes, cuando creamos en los pobres y en la opción por los pobres y votemos en consecuencia, nuestra secuestrada democracia quedará liberada, y estaremos caminando hacia la sociedad igualitaria y justa que tanto la Humanidad como el planeta merecemos, Utopía por la que vale la pena luchar y soñar”, hasta aquí, el obispo Pedro Casaldáliga y el teólogo José María Vigil.

Nótese que estos religiosos mencionan claramente el concepto de democracia secuestrada, secuestrada —cada vez menos sutilmente— por las clases dominantes, con el propósito de que la ciudadanía (o por mejor decir por la mayoría de los habitantes despojados gradualmente de su condición de ciudadanos) no advierta que solo vive en democracia de manera condicionada.

“La vicepresidenta Gabriela Michetti —según una nota publicada en La Nación, el pasado 18 de marzo— se refirió a las elecciones legislativas de este año y consideró que «lo más efectivo sería, por lo menos durante un tiempo, evitar las elecciones de medio término» al argumentar que «la competencia destructiva» que se genera entre los partidos políticos en años electorales suele complicar los planes de un gobierno.

“La vicepresidenta hizo estas declaraciones al reconocer que actualmente, por las elecciones legislativas, «el clima político está tiñendo todas las cuestiones», sumado a que es «el momento de mayor confrontación de la sociedad»”.

En realidad —ahora decimos nosotros—, el inconsciente de las clases dominantes (y que nos perdone Sigmund Freud por tal barbarismo), desea profundamente que no haya ningún tipo de elecciones. Pero para ello, los fundamentalistas de mercado que se autotitulan liberales, deberían abjurar de la Revolución Francesa que dio origen a todo este andamiaje que sustituyó, en su momento, a esa autocracia ya vetusta.

Quien echa luz sobre esta cuestión es el sociólogo y académico portugués de la Universidad de Yale (Estados Unidos) y profesor de Sociología en la Universidad de Coímbra (Portugal), Boaventura de Sousa Santos.

En un libro publicado a finales de la década pasada, de Sousa Santos ha teorizado el concepto de fascismo social, como riesgo derivado de las democracias post-modernas.

Dice el sociólogo portugués: “con ello no se está hablando de un regreso al fascismo de los años 30 y 40 del siglo pasado. A diferencia del anterior, el fascismo actual no es un régimen político. Es más bien un régimen social y civilizacional. En lugar de sacrificar la democracia a las exigencias del capitalismo, trivializa la democracia hasta el punto que ya resulta innecesario, ni siquiera conveniente, sacrificar la democracia a fin de promocionar el capitalismo. Se trata de un fascismo pluralista producido por la sociedad en lugar del Estado. El Estado es aquí un testigo complaciente, cuando no un culpable activo. Estamos entrando —prosigue de Sousa Santos— en un período en el que los Estados democráticos coexisten con las sociedades fascistas. Es por tanto un fascismo que nunca había existido”.

Tras analizar —en su opinión— las cuatro clases de fascismo social, el sociólogo portugués concluye que “en todas estas clases el fascismo social es un régimen caracterizado por relaciones sociales y experiencias de vida bajo relaciones de poder e intercambios extremadamente desiguales, que se dirigen a formas de exclusión particularmente severas y potencialmente irreversibles”.

Nuevas formas para garantizar que la hegemonía permanezca siempre en manos de los opresores, de los poseedores de las riquezas.

Aunque estas formas no sean las únicas en la caja de herramientas de las clases dominantes. Históricamente es bien sabido que cuando la dominación cultural no alcanza, los dominadores echan mano a la violencia como último recurso para mantener la libertad… la libertad de acumular riquezas a expensas de la miseria de las mayorías.