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Desentrañar la madeja de
contradicciones que pueblan la actual situación política en Egipto, excede
largamente el contenido de una nota editorial. No obstante haremos el intento
de exponer —aunque más no fuere— los principales ejes de este proceso en
permanente mutación.
Para comenzar, nada mejor
que un recorrido a vuelo de pájaro sobre la historia de los últimos sesenta
años de este país africano que tiene una porción de su territorio en Asia, la
extensa península de Sinaí.
"Con los Ojos del Sur", columna de opinión emitida en "Hipótesis" el sábado 27 de julio de 2013.
El 23 de julio de 1952 el “Movimiento
de Oficiales Libres”, encabezado por el general Mohammed Naguib y el coronel
Gamal Abdel Nasser derrocan al rey Faruk I. Un año después se proclamó la República , bajo la
presidencia de Mohammed Naguib.
En 1955 Egipto participa en
la Conferencia
de Bandung (Indonesia) de donde surge el Movimiento de Países No Alineados
(India, Indonesia, Sri Lanka y la
Yugoslavia del Mariscal Tito).
Un año más tarde, Nasser asumió
la presidencia de Egipto. Ese mismo año emprende la Reforma Agraria , con
la nacionalización de las tierras; al tiempo que procede a la estatización del
Canal de Suez. Situación ésta que provoca la invasión de Egipto por parte de Francia,
Inglaterra e Israel. Las Naciones Unidas condenan la invasión. Poco tiempo
después El Cairo retoma el control del canal.
En 1967 se produce la denominada Guerra de los Seis
Días, que enfrentó al Estado de Israel con Egipto, Siria, Jordania e Irak. De
resultas de esta contienda Tel Aviv tomó el control de la Península de Sinaí, la Franja de Gaza, Cisjordania, Jerusalén
Este (incluyendo la Ciudad Vieja) y los Altos
del Golán.
La muerte del presidente Nasser
—en 1970— y la asunción de Anwar El Sadat, su vice e integrante del ala derecha
del partido Socialista Arabe, marca un movimiento brusco en el tablero de Medio
Oriente: Egipto se desplaza hacia Occidente.
Ese mismo año, Sadat rompe
relaciones con la Unión
Soviética y comienza a recibir ayuda con fines militares por
parte de los Estados Unidos (actualmente esa cifra asciende a mil quinientos
millones de dólares anuales).
En 1973 —durante la Guerra de Yom Kippur— Egipto
retoma el Sinaí. Seis años después Sadat firma los acuerdos de Camp David con
Israel. Esta orientación en política exterior le cuesta la vida al presidente
egipcio. En 1981 es asesinado por grupos militares adversos.
El 14 de octubre de ese año
el vicepresidente Hosni Mubarak asume la presidencia, dando continuidad a las
políticas proestadounidenses de su antecesor.
Cabe destacar que desde el
derrocamiento del Rey Faruk I, todos los presidentes egipcios —hasta el
gobierno de la junta castrense, que precedió al depuesto presidente Mohamed
Mursi— fueron militares.
La historia reciente es más
conocida: las multitudinarias movilizaciones de 2010 y 2011 dieron por tierra
con el gobierno dictatorial de Hosni Mubarak, respaldado durante treinta años
por Washington. Luego de un interregno militar que convocó a elecciones
presidenciales —de dudosa transparencia—, asumió el gobierno la organización de
los Hermanos Musulmanes, en la figura de su dirigente Mohamed Mursi.
En una entrevista que le
realizara el periódico romano Il
Manifesto, el economista egipcio Samir Amin manifestó textualmente,
respecto de estas elecciones: “fue un fraude electoral masivo. Hamdin
Sabbahi (de orientación nasserista) tenía que participar en la segunda ronda,
pero la embajada de los Estados Unidos no estuvo de acuerdo”.
Durante su breve gobierno de un año, el presidente
Mursi no solo que no revirtió la crisis económica heredada de las políticas
neoliberales de Hosni Mubarak, sino que la profundizó.
Los islamistas ultraliberales que se instalaron en el
gobierno egipcio con el advenimiento de Mursi, dieron las mismas respuestas en
el marco de la ortodoxia del Fondo Monetario Internacional. Los capitalistas
amigos de Mubarak fueron sustituidos —al decir de Samir Amin— por “una camarilla
de capitalistas burgueses (…) comerciantes súper reaccionarios”. Más
preocupados en privatizar empresas públicas que en adoptar políticas de
inclusión social.
Este deterioro de la situación socio-económica, el decreto de noviembre del año pasado que
amplió los poderes presidenciales y el reciente anuncio de una enmienda
constitucional, fueron el detonante de esta segunda rebelión popular que dio
por tierra con el gobierno de Mursi.
La enorme masividad de estas
protestas y la capacidad para derrocar presidentes —primero Mubarak y luego
Mursi— no implica necesariamente un alto grado de coherencia ideológica de
estas multitudes. No solo escasea la coherencia ideológica, las motivaciones
que movilizan a los manifestantes no suelen ser las mismas.
Un interesante trabajo del sociólogo e historiador
estadounidense Immanuel Wallerstein,
publicado en La Jornada de México,
revela que solamente en la izquierda egipcia hay tres posiciones básicas.
Por un lado, hay “quienes piensan que los islamitas de
cualquier variedad representan la amenaza fundamental”. Consideran que tanto
los más radicalizados, como los moderados, solo piensan en un Estado regido por
la Sharia.
Para muchos ciudadanos egipcios, habituados a una vida
secular durante estos últimos sesenta años, el fantasma de la Sharia generó un fuerte
rechazo al gobierno derrocado de los Hermanos Musulmanes.
Otros sectores, en cambio —continúa Wallerstein— “ven a los
ejércitos como el enemigo primordial. Consideran que los ejércitos son fuerzas
muy conservadoras y represivas, que mantienen puntos de vista políticos y
económicos reaccionarios, y que con frecuencia tienen intereses económicos
directos que los hacen mantener políticas económicas neoliberales”.
“Y luego están quienes perciben —finaliza el pensador
estadounidense— que la principal amenaza son los Estados Unidos (en correlación
con los poderes ex coloniales de Europa occidental). Consideran que los
ejércitos y los islamitas simplemente juegan el juego que les asignaron los
Estados Unidos”.
En este contexto que —con las salvedades del caso, puede ser
aplicable a amplias capas de la sociedad egipcia, no solo a la izquierda— se
puede comenzar a comprender el accionar de los jóvenes enrolados en el movimiento
“Tamrud” (rebelión en árabe) que dio por tierra con el gobierno islámico.
La férrea oposición de masas contra el presidente Mursi, abrió
el paso al golpe de Estado perpetrado por las Fuerzas Armadas egipcias, que —a
su vez— encumbró en el poder a un gobierno de facto con fuerte control militar.
Para decirlo sin eufemismos: se trata de una dictadura militar.
Una dictadura que incluye desde viejos partidarios de
Mubarak, hasta el actual vicepresidente Mohamed el-Baradei, diplomático que
dirigió durante doce años la Agencia
Internacional de Energía Atómica, dependiente de las Naciones
Unidas y que obtuvo el premio Nobel de la Paz en el año 2005. El-Baradei, quien lideró a un
sector de la oposición al régimen de Mubarak, ahora comparte —con viejos
camaradas del dictador— el gobierno militar.
A esta altura del
comentario, vienen a cuento las palabras del profesor estadounidense James
Petras, cuando puntualiza que el-Baradei está compartiendo el gobierno “con el
nuevo Ministro de Finanzas, Ahmed Galal, que fue embajador en los Estados
Unidos y es hombre de confianza del Fondo Monetario Internacional y de la Casa Blanca. Más allá
de esto —prosigue Petras—, el señor Hazem el-Beblawi (nuevo primer ministro)
está confirmando a todos los seguidores de los militares en todos los puestos y
ha hecho una purga de los partidarios de Mursi. Ha dejado a los grupos más
derechistas que sigan cumpliendo sus misiones, —entre otras cosas— fortaleciendo
el bloqueo a los palestinos…”, mientras tanto, Washington continúa enviando a
Egipto ayuda militar, aviones y pertrechos de guerra.
En torno a la ayuda
militar y económica estadounidense, debemos recordar que más allá de los cambios
operados desde la caída de Mubarak, siguieron llegando a El Cairo los mil
quinientos millones de dólares anuales; monto que llega sin cargo de devolución
desde la época de Anwar el-Sadat, vale decir hace más de cuarenta años.
En este punto cabe
recordar que el gobierno de Barack Obama todavía no ha caracterizado a este
proceso como “golpe de Estado”, puesto que si lo hiciere debería suspender la
ayuda económica y militar, en observancia de las normas sancionadas por el
Congreso estadounidense.
Esta inyección de
dólares durante tantos años ha contribuido al establecimiento de una verdadera
casta militar, en la que radica el poder real de este país del Medio Oriente.
Los militares en Egipto tienen sus urbanizaciones
privadas, sus hospitales, sus escuelas. Los altos oficiales suelen ser
consultores de empresas privadas, tienen inversiones e influencia de las
empresas públicas. En síntesis: constituyen un Estado dentro del Estado. En
definitiva lo que está haciendo la cúpula militar en estos momentos es defender
todos estos privilegios.
Una definición que compartimos para esta crisis egipcia es
la que expone el profesor James Petras. Se trata —apunta Petras— de “un
recambio de islámicos prooccidentales, pro-Fondo Monetario Internacional,
prointervención en Siria, prorrelaciones con Israel (…) por un gobierno militar
neoliberal secular. En este caso, el hecho de que haya un levantamiento popular
no necesariamente indica un cambio”.
Lo que más apenan son las muertes de ciudadanos egipcios,
muchas de ellas a manos de los militares. Y otras en pugnas entre sectores
populares que —lamentablemente— son instrumentados por cúpulas religiosas o
seculares enfrentadas entre sí, que sirven a los mismos intereses neoliberales
comandados por Washington. Ayer (26 de julio de 2013) nuevamente hubo
enfrentamientos, con víctimas fatales, entre partidarios del presidente
destituido y sectores seculares que contribuyeron a derrocarlo
Esta realidad egipcia nos trae a la memoria aquellas
palabras que Giuseppe Tomasi di
Lampedusa, en su magistral novela El Gatopardo, pone en boca de uno de sus
personajes, el conde Tancredi: “Si queremos que todo siga como está, es necesario que todo
cambie".