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La política argentina tiene
muchos aspectos y sucesos contradictorios. En otras latitudes quizás ocurra lo
mismo, aunque habría que ver si con tanta intensidad. Como sea, la observación
no pierde valor. El tema es advertir que esos contrapuestos involucran al
conjunto de los actores políticos, sociales, corporativos, y no sólo a las
figuras alcanzadas por la acepción común de “política”.
Columna de opinión de Eduardo Aliverti, emitida en "Hipótesis" el sábado 13 de julio de 2013.
En los períodos electorales, naturalmente, lo llamativo se agudiza. A la búsqueda de algún lugar bajo el sol, los juegos de alianzas dejan paso a casamientos tan temporarios como insólitos. El acuerdo entre Fernando Solanas y Elisa Carrió, a la par del suscripto por Francisco de Narváez y Hugo Moyano, parecía –y puede continuar semejando– una muestra quizás insuperable de la extravagancia. Las cosas que supo decir Pino de la diputada integrarían una antología de la indignación, no por acusaciones personales sino por haberse cansado de explicar diferencias ideológicas irreconciliables. De Narváez aparece en cualquier archivo fácil sindicando a Moyano como el símbolo prácticamente máximo de la enfermedad que los argentinos deben enfrentar, y el líder camionero le retrucaba con otro tanto, cuando lo que ahora juzga como la década perdida era lo mejor que les pasó a los trabajadores después de Perón y Evita.
Pero acabamos de desayunarnos con la “reunión cumbre” y campaña al unísono del creador intelectual de
A simple vista, lo previo, más todo lo que desee agregarse, es susceptible de sonar a chascarrillo. Pero no. No tiene pretensión de ingeniosidad ni de exageración. Es prueba lisa y llana. También podría husmearse, sin demasiado trabajo, en que Sergio Massa se presenta como kirchnerista ma non troppo, cuando hay candidatos de Macri en casi cuarenta distritos y localidades bonaerenses. El intendente de Tigre reparte fichas para un lado y otro según le pinte la ocasión, lo que le pregunten, lo que es o lo que se quiere que sea. A ojímetro del columnista se tira un lance de resultado incierto, mediante una táctica que le permitiría salir bien parado en toda circunstancia. Si gana queda en posición mediática de presidenciable, a pesar de que debería revalidarlo demostrando, nada menos, que es capaz de aglutinar al peronismo anti K; de aguantar lo que sería el embiste de una figura presidencial y un gobierno con piso de consenso alto; de sobrellevar un paisaje económico sin tormentas feroces a la vista. Si pierde, o vence por un margen estrecho que no lo habilite a terminar de tirarse a la pileta, le quedará el expediente de sostener que nunca fue lo que se creyó que era. Será tan kirchnerista o tan opositor como los guarismos determinen. Lo seguro, aunque siempre pueden llevárselo preso, es que 2015 se resolverá hacia adentro del peronismo. Que Massa pertenece a ese espacio (a la derecha, pero a ese espacio). Que el peronismo se acomoda a las mieles de donde quede el poder. Que no acepta jefatura bicéfala. Y que su variante kirchnerista, así resultase derrotada o golpeada tras agosto y octubre, todavía tiene mucho por jugar, empezando porque dispone del protagonista cardinal. Así lo entendió el gobernador bonaerense, y por eso no sacó los pies del plato. Todos los demás tienen que demostrar que no son de reparto.
El panorama es entonces asaz complejo, pero, y aquí va lo de la “política” como abarcador de un conjunto y no solamente de figuras expuestas o candidatos electorales, según lo que estipularían las encuestas –el ánimo popular, por ende– casi no hay más nada que hablar. Si se repasan los primeros relevamientos difundidos, el fin de semana anterior, y las conclusiones extraídas por los editorialistas de la prensa opositora, no hay nada más que hablar. Massa pica en punta con una ventaja enorme. El kirchnerismo pierde en todos los distritos decisivos. El “fin de ciclo” es irremediable. Ese es el dibujo que trazan desde los medios opositores. Y una primera constatación es cómo esa prensa logra instalar una profecía que descarta la complejidad, a contramano de los números que esos mismos medios esparcen. A Martín Insaurralde no lo conoce nadie, pero tiene un 25 por ciento de intención de voto. Si no lo conoce nadie y arranca con esa base, ¿tiene lógica decir que todo está dicho cuando la campaña apenas comenzó? Por las dudas: no se afirma que el oficialismo no habrá de ser vencido en la provincia de Buenos Aires, ni se niega que el intendente de Lomas de Zamora es desconocido por una proporción considerable del electorado. Sí cabe aseverar que es insensato dar las cosas por definidas con cifras como ésas en la largada. Se titula asimismo que cayó uno o dos puntos la imagen de
Frente a esa andanada mediática de acción u omisión, el Gobierno reacciona sobre dos ejes cuya efectividad merece ser puesta en duda. Uno es el andar favorable de la economía, que tanto asusta al senador radical Ernesto Sanz y a todos quienes por lo bajo están igual de asustados. El otro es descansar, o confiar a rajatabla, en lo que ya se hizo. Sobre el primero, valdría tomar nota de que, así no haya gran indicador alguno que amenace gravemente los niveles de consumo y estabilidad, cualquier chaparrón brusco puede afectar. Y cómo, en unas elecciones que son de medio término. Lluvias más reales que operadas o viceversa, del tipo de dólar blue disparado, fracaso de los Cedin o de la supercard, precio del pan o del tomate o de lo que vaya a ser o se necesite que sea, pueden ser capaces de inclinar o acentuar la balanza en contra. Pero lo más inquietante es lo segundo. Está claro que el oficialismo tiene logros de los que sentirse orgulloso, y se lo retribuye esa base de apoyo popular que, corresponde repetir, envidiaría cualquier gestión con diez años encima. Diez años. Más luego, de
Dicho de otro modo, no perder la costumbre de continuar reinventándose. Pero más con lo que falta que exclusivamente con lo hecho.