TE RECUERDO JOHN

Por Ester Stekelberg 
stekelberg@gmail.com


Ayer 8 de diciembre, se cumplieron 33 años del asesinato de John Lennon. Podríamos pasar horas, días, el tiempo, recordándolo, canturreando sus canciones, contando anécdotas de su vida, que conocemos sólo a través de miles y miles de artículos leídos amorosamente y de fotos gastadas de tanto mirarlas.



"Contratapa", emitida en "Hipótesis" el lunes 9 de diciembre de 2013.

 Lo recordamos en esta miniminimini contratapa como una ffffffffff ráfaga de alegría por haber podido ser sus contemporáneos. Lo hacemos a través del Gabo García Márquez, quien escribió un bello texto, del que tomamos algunos párrafos, el 16 de diciembre de 1980, a 8 días del magnicidio, cuando le descerrajaran 5 tiros por la espalda. Y nos iremos cantando, todos, fuerte y claro: ¡Feliz Navidad, la guerra terminó!



Ha sido una victoria mundial de la poesía. En un siglo en que los vencedores son siempre los que pegan más fuerte, los que sacan más votos, los que meten más goles, los hombres más ricos y las mujeres más bellas, es alentadora la conmoción que ha causado en el mundo entero la muerte de un hombre que no había hecho nada más que cantarle al amor. Es la apoteosis de los que nunca ganan. Durante 48 horas no se habló de otra cosa. Tres generaciones -la nuestra, la de nuestros hijos y la de nuestros nietos mayores- teníamos por primera vez la impresión de estar viviendo una catástrofe común, y por las mismas razones. Los reporteros de la televisión le preguntaron en la calle a una señora de ochenta años cuál era la canción de John Lennon que le gustaba más, y ella contestó, como si tuviera quince: ‘La felicidad es una pistola caliente’. Un chico que estaba viendo el programa dijo: ‘A mí me gustan todas’. Mi hijo menor le preguntó a una muchacha de su misma edad por qué habían matado a John Lennon, y ella le contestó, como si tuviera ochenta años: ‘Porque el mundo se está acabando’”.




Esta tarde, pensando todo esto frente a una ventana lúgubre donde cae la nieve, con más de cincuenta años encima y todavía sin saber muy bien quién soy, ni qué carajos hago aquí, tengo la impresión de que el mundo fue igual desde mi nacimiento hasta que los Beatles empezaron a cantar. Todo cambió entonces. Los hombres se dejaron crecer el cabello y la barba, las mujeres aprendieron a desnudarse con naturalidad, cambió el modo de vestir y de amar y se inició la liberación del sexo y de otras drogas para soñar. Fueron los años fragorosos de la guerra de Vietnam y la rebelión universitaria. Pero, sobre todo, fue el duro aprendizaje de una relación distinta entre los padres y los hijos, el principio de un nuevo diálogo entre ellos que había parecido imposible durante siglos”.



El símbolo de todo esto -al frente de los Beatles- era John Lennon. Su muerte absurda nos deja un mundo distinto poblado de imágenes hermosas. En ‘Lucy in the sky’, una de- sus canciones más bellas, queda un caballo de papel periódico con una corbata de espejos. En ‘Eleanor Rigby’ -con un bajo obstinado de cellos barrocos- queda una muchacha desolada que recoge el arroz, en el atrio de una iglesia donde acaba de celebrarse una boda. ‘¿De dónde vienen los solitarios?’, se pregunta sin respuesta. Queda también el ‘padre Mckenzie’ escribiendo un sermón que nadie ha de oír, lavándose las manos sobre las tumbas y una muchacha que se quita el rostro antes de entrar en su casa y lo deja en un frasco junto a la puerta para ponérselo otra vez cuando vuelva a salir. Estas criaturas han hecho decir que John Lennon era un surrealista, que es algo que se dice con demasiada facilidad de todo lo que parece raro, como suelen decirlo de Kafka quienes no lo han sabido leer. Para otros, es el visionario de un mundo mejor. Alguien que nos hizo comprender que los viejos no somos los que tenemos muchos años, sino los que no se subieron a tiempo en el tren de sus hijos”.