ESOS TIPOS CON CONVICCIONES


Por Ester Stekelberg
stekelberg@gmail.com 


Mientras que el resto del fútbol europeo (y mundial, claro), está imbuido de racismo y de violencia, con ciertas y honrosas excepciones, un pequeño equipo a la manera del pueblito irreductible de los galos Asterix y Obelix, el St. Pauli de Hamburgo, tomó por otro camino, el insólito camino del progresismo. Cosas vederes…
 

"Contratapacolumna de opinión emitida en "Hipótesis" el sábado 18 de enero de 2014.
 “¿Quién dijo que el fútbol es el opio de los pueblos? En la zona roja de Hamburgo hay un club que se define como antirracista, antifascista y anti homofóbico. En las gradas de su estadio cuelgan banderas con el rostro del Che Guevara. Es seguido por punks, prostitutas y poetas. En el Fútbol Club Sankt Pauli todo es exótico: tuvieron el primer presidente de un club de fútbol que se declaró abiertamente homosexual, algunos de sus jugadores participaron en las Brigadas de Solidaridad con la Revolución Sandinista y otros han hecho pretemporadas en Cuba. Su merchandising lleva la consigna ‘Ama al Sankt Pauli, odia el racismo’ y su financiación procede, casi íntegramente, del aporte de los socios (…) Además, se exhiben pancartas desde lo más alto de los estribos con cruces esvásticas nazis tachadas por una línea roja”, describe el periodista Mariano Schuster.

Lanzando campañas antirracistas y anti homofóbicas, la entidad se empeña desde hace años en luchar contra la discriminación en el deporte del balompié, como definiría algún comentarista, y desde julio de 2013, gracias al impulso de sus propios directivos, la bandera arcoíris, el emblema por excelencia del movimiento LTGB (lesbo trans gay y bisexual) ondea sobre la tribuna del Millerntor-Stadion.

La historia de esta hoy mosca blanca del fútbol, comienza allá lejos, cuando la entidad estuvo durante mucho tiempo, dirigida por el nazi Wilhelm Koch. Cuando en la década de los ’70 se quiso rebautizar el estadio con su nombre, la decisión fue rápidamente revocada ante el conocimiento del hasta entonces ignorado dato de que Koch había formado parte nada menos que del Partido Nazi. Así, en 1999 la dirigencia adoptó la decisión de volver a su antiguo e histórico nombre: Millerntor y por iniciativa de los socios, resolvió no modificar nunca más el nombre del estadio.

Hoy, tras recorrer un largo camino, sus estatutos definen al FC St. Pauli como un club antifascista, antirracista y contrario a cualquier acción de branding.

La prohibición de publicidad en las pantallas gigantes de televisión presentes en el estadio y la negativa del club a vender camisetas con nombres de jugadores para no favorecer el individualismo deportivo, son decisiones adoptadas en consonancia con la lucha permanente de socios e hinchas.

El ascenso del St Pauli a la Bundesliga en 2010, trajo de nuevo al máximo nivel al club más peculiar del mundo: tiene 11 millones de seguidores en Alemania, su presidente, como describíamos, es abiertamente gay y, ahora, se presenta en la Bundesliga con una empresa erótica como patrocinador que ha fabricado 20.000 condones con el logo del club… ya que no sólo de fútbol vive el ser humano…

La bandera pirata es su logo oficioso, y representa la oposición al establishment capitalista por lo que se ha convertido en un ícono mundial de la izquierda y del fútbol. Además, es el club con mayor número de socias cuyo poder se hizo sentir al presionar y lograr que la dirección de la entidad retirase los anuncios de la revista masculina Maxim del estadio, al considerarla denigrante para el género femenino.

Probablemente este modelo de club de fútbol antifascista, anti homofóbico y antirracista, el club de la clase trabajadora, como lo definiera el ex jugador Butje Rosenfeld, fuera el puntapié inicial que permitió a otro ex, pero en este caso internacional, el alemán Thomas Hitzlsperger, centrocampista del Stuttgart, del Lazio y del Everton, convertirse en el primer ex jugador de renombre que admite públicamente su homosexualidad. Fue hace unos días, en este ya nuevo 2014, cuando expresó: "Lo hago porque me gustaría alentar la discusión sobre la homosexualidad entre los deportistas profesionales".

Ayer, 17 de enero, se cumplieron 25 años de la muerte del Flaco, Alfredo Zitarrosa. El único, Alfredo Zitarrosa.

Otro 17, pero en este caso de abril de 1972, cuando la dura realidad uruguaya, le prohibía cantar, lo prohibía al artista comprometido, al militante, su impronta y un hecho desgarrador, le dieron motivo más que suficiente para componer.

Escribe Jorge Sevilla: “Para esa fecha, la canalla uniformada del régimen tomó por asalto el local de la Seccional 20 del Partido Comunista, donde asesinó a ocho obreros metalúrgicos. La masacre conmocionó profundamente a una persona sensible como Alfredo, quien creó de inmediato la milonga ‘La canción quiere’ y como subtítulo: “A los compañeros”, donde inmortalizó el nombre de algunos de los mártires: Raúl Gancio Mora, Milton Fernández y Luis Alberto Mendiola. Mientras estaba en ese trabajo, una pandilla del ejército allanó su casa en busca de vaya uno a saber qué. Un Alfredo enfurecido los enfrentó y, señalando su estudio, que estaba al lado, los invitó diciendo ‘Allí trabajo yo. Vengan, si quieren, y les muestro lo que estoy haciendo’. Fueron. Se los mostró. Y, como puede esperarse de semejantes bestias, no entendieron nada. Se marcharon felices de haber tenido la primicia de una nueva canción de Zitarrosa. A veces, la suerte protege a los audaces y suena un tiro para el lado de la justicia”.

Hay episodios, decimos, hay personajes en la historia que sin tener contacto ni en el tiempo ni en el espacio, ¡tienen tanto en común! El antifascismo, nada menos, los y nos une en esta contratapa.