VENEZUELA EN LA MIRA DEL IMPERIO

Por Miguel Angel Ferrari
miguelferrari@gmail.com

El país con las mayores reservas petrolíferas exploradas, entre todos los países del mundo, está en la mira del complejo militar-industrial del país más poderoso de la tierra.
Si usted está pensando en un lejano país del medio oriente, le sugerimos que se corra hacia el oeste del mapamundi. Más precisamente en la región septentrional de nuestra América del sur.



"Con los Ojos del Sur", nota editorial emitida en "Hipótesis" el sábado 15 de febrero de 2014.


Sí, estamos hablando de Venezuela; uno de los principales proveedores de hidrocarburos de los Estados Unidos, a solo cuatro o cinco días de travesía. Una insignificancia comparada con los cuarenta y tantos días que le llevan a los enormes buques petroleros surcar los océanos Indico y Atlántico para llegar desde la península Arábiga al golfo de México.

Pero, Washington afronta una dificultad con este país sudamericano asentado en un mar de petróleo: tiene un gobierno —a diferencia de Arabia Saudita, por ejemplo— que es elegido por el pueblo y que representa los intereses de las mayorías.

El gobierno bolivariano durante sus 15 años de existencia, convocó 19 veces a las urnas a sus ciudadanos… ¡y ganó en dieciocho oportunidades!

Parece ser que la democracia no suele ser el mejor camino para realizar buenos negocios.

Y, si la democracia no es el mejor camino… como lo más importante son los negocios, desde Washington consideran que será la democracia la que tendrá que ceder.

Es lo que han hecho siempre. Es lo que mejor saben hacer.

Los centenares de golpes de Estado perpetrados en nuestra América durante el siglo veinte y lo que va de éste, siempre contaron con la adhesión —y en muchos casos la ejecución— del imperio y su Doctrina de la Seguridad Nacional.

Centenares de miles de compatriotas latinoamericanos y caribeños muertos y desparecidos fueron el costo —pagado por los pueblos, claro— para que los negocios de las transnacionales y sus gerentes autóctonos fueran altamente redituables, convirtiendo a nuestra región en la más desigual de todo el planeta.

Hoy Venezuela está en la mira de esos intereses, alimentados con la sangre de nuestros hermanos de todo el continente.

El pasado miércoles, de igual modo que en aquellos días de abril —luego de las últimas elecciones presidenciales— y del mismo mes, pero de 2002, cuando la derecha perpetró el golpe de Estado, revertido por el pueblo en las calles… el pasado miércoles 12, la muerte por razones políticas volvió a enlutar al hermano país.

Junto a las marchas de un sector del estudiantado opositor al gobierno, en distintas ciudades del país, grupos terroristas enmascarados apedrearon edificios públicos e incendiaron vehículos policiales. En Caracas el epicentro fue la Fiscalía General de Venezuela, atacada vandálicamente desde la marcha opositora. En la refriega murieron tres personas, de las cuales una resultó ser un militante chavista y la otra un estudiante.

Connotados personajes vinculados a la oposición —y de vieja militancia relacionada con el corrupto ex presidente Carlos Andrés Pérez— en una comunicación telefónica realizada el día anterior al ataque a la Fiscalía, hablaban “premonitoriamente” de la violencia del día siguiente. Y al día siguiente como en “Crónica de una muerte anunciada”, los sectores más reaccionarios de la oposición —entre los que se cuentan Leopoldo López, ex alcalde del Chacao— lideraron la escalada golpista.

A propósito de Leopoldo López, digamos que este “demócrata” fue uno de los firmantes de la denominada “Acta Carmona”. Se trata del acta de asunción presidencial de Pedro Carmona Estanga, en medio del golpe de Estado que derrocó por 72 horas al presidente constitucional Hugo Chávez Frías, en abril de 2002.

El golpista Leopoldo López, en medio del vandalismo de miércoles pasado, pidió la renuncia del presidente Nicolás Maduro o, en su defecto, un referéndum revocatorio (sin reparar que para ello debe transcurrir la mitad del mandato presidencial, según la Constitución Bolivariana, la única en el continente —y, posiblemente en el mundo— que prevé esta figura profundamente democrática).

Recordemos que al golpista Leopoldo López, hoy colocado en el pedestal de los máximos defensores de la democracia por los medios masivos de desinformación, le cupo durante el golpe de abril de 2002 un degradante rol. Fue uno de los partícipes activos del secuestro —supuesta detención— del ministro de Relaciones Interiores del gobierno constitucional, Ramón Rodríguez Chacín, cuando los golpistas tomaron el Palacio Miraflores.

Recordemos también que este personaje de la ultraderecha venezolana, se halla en la actualidad inhabilitado para ejercer cargos públicos por un delito de tráfico de influencias y conflicto de intereses, durante su gestión como alcalde (intendente) del municipio capitalino Chacao.

A propósito de Leopoldo López y de su cófrade, la diputada María Corina Machado, digamos que estos políticos lideran el ala más radicalizada (hacia la derecha) de la Mesa de la Unidad Democrática, la coalición opositora de casi treinta movimientos y partidos políticos, que llevaron como candidato en las dos últimas elecciones presidenciales al actual gobernador del estado de Miranda, Henrique Capriles Radonski.

A partir de las elecciones municipales del pasado 8 de diciembre, en las que el chavismo incrementó su diferencia con la oposición, la estrella de Capriles —que consideró a esas elecciones como un referéndum antichavista— ha comenzado lentamente a opacarse.

La declinación de Capriles es inversamente proporcional al crecimiento de los sectores fascistas dentro de la oposición, quienes aplican el criterio de la acción directa y violenta, puesto que la vía electoral se les ha tornado cada vez más difícil.

Como abono de este camino violento, la ultraderecha utiliza el desánimo que produce en la población el desabastecimiento, la inflación y la incertidumbre económica.

Una vez más —como ha ocurrido (y ocurre) en todo el continente— los principales provocadores del caos económico, son los que pretenden cosechar el descontento de los sectores perjudicados por sus acciones especuladoras.

Su política, como en nuestro país, consiste en cargar sobre las espaldas de los gobiernos los resultados de las políticas neoliberales desestabilizadoras de estas democracias duramente alcanzadas.

En este punto, es conveniente insistir en la necesidad de que los gobiernos populares mantengan su firmeza respecto de las políticas aplicadas y avancen en su profundización, siempre con la participación y el protagonismo de las mayorías, destinatarios principales de las medidas progresistas de estos gobiernos. Sin ese protagonismo es imposible avanzar en desmontar la perversa maquinaria construida por los partidarios del Consenso de Washington.

Luego de varios rounds perdidos en esta década y media, en Nuestra América, el imperio vuelve a la carga valiéndose de sus socios menores de esta parte del continente. La Alianza del Pacífico y el accionar de la derecha en cada uno de nuestros países es un claro ejemplo de esta contraofensiva.

Por estos días, frente a la campaña mediática que pretende victimizar al gobierno venezolano, por la violencia desatada por la ultraderecha, el único camino posible para quienes luchan por la construcción de la Patria Grande, consiste en cerrar filas en la defensa del proceso revolucionario Bolivariano.

Cuando se pierde la perspectiva y se confunde al verdadero enemigo de la democracia y de la dignidad de nuestros pueblos, se está favoreciendo este proceso de restauración neoliberal cuyo comando se halla ubicado en Washington.

Lamentablemente, ayer en la Argentina, una tradicional fuerza política surgida hace más de un siglo en la lucha contra el conservadorismo y que llevara por primera vez a la presidencia a un candidato ungido por la voluntad popular, acaba de emitir una declaración de marcada sumisión a los intereses del imperio y de las clases dominantes en nuestro país.

El Comité Nacional de la Unión Cívica Radical condenó “enérgicamente el autoritarismo y la represión del gobierno de Venezuela”. En otro pasaje del documento los dirigentes radicales señalan “A lo largo de los meses hemos asistido a acciones de violencia política ejercidas contra grupos civiles, estudiantiles y prensa opositora por parte del gobierno de Nicolás Maduro”.

A estos dirigentes, dignos sucesores del tradicional alvearismo, parece olvidárseles el golpe fascista perpetrado por el general José Félix Uriburu contra Hipólito Yirigoyen; el golpe de los fundamentalistas católicos liderados por el general Juan Carlos Onganía, contra el presidente Arturo Umberto Illia; o, más recientemente, el golpe “de mercado” de los grupos dominantes contra el presidente Raúl Ricardo Alfonsín.

¿Mala memoria o complicidad —como una suerte de síndrome de Estocolmo— con sus verdugos?

O, más probablemente, un cambio de rol donde el vocablo radical ya no tiene nada que ver con el concepto de ir a la raíz de la realidad para transformarla.

La cereza del postre de esta vergonzosa declaración de la Unión Cívica Radical, es el solicitar “a la Internacional Socialista el inmediato envío de una delegación de representantes de todos los partidos miembros de América latina y el Caribe para solidarizarse con las víctimas de la represión, sus familias y para realizar todas las acciones internacionales destinadas a que el gobierno venezolano respete el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos y la Convención Americana sobre Derechos Humanos”.


¿Será necesario decirles a estos dirigentes “radicales” que la Internacional Socialista convalidó —a través de gobernantes de ese signo, especialmente en Europa— todos los crímenes de los gobiernos de los Estados Unidos de las últimas décadas?