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Mucho se ha comparado —durante estos días— la
situación que se está viviendo en Ucrania y con la ofensiva de la derecha en
Venezuela.
Es bien sabido que el peor camino para comprender la
realidad consiste en realizar superficiales paralelos, sin tener en cuenta
tanto los rasgos comunes como las notorias diferencias.
"Con los Ojos del Sur", columna de opinión emitida en "Hipótesis" el sábado 1 de marzo de 2014.
Si comenzamos por las similitudes, bien podríamos
decir que en ambos procesos hay un común denominador: la injerencia de los
gobiernos de los Estados Unidos y de la Unión Europea en la política
interior de los países aludidos. En el caso de Ucrania —como es lógico— la
intromisión europea es de mayor magnitud.
En 1991 se disuelve el Pacto
de Varsovia y poco tiempo después se produce la caída de la Unión Soviética y
su desintegración. Ucrania pasa a convertirse en un Estado independiente.
Por entonces, los Estados Unidos
y sus aliados europeos comienzan a incidir en los países ex soviéticos y en los
de Europa Oriental.
Ucrania, una verdadera barrera
de 600 mil kilómetros cuadrados entre la OTAN y Rusia, atravesada —además—
por los corredores energéticos entre Rusia y la Unión Europea ,
se mantiene autónoma. Pero ingresa al “Consejo de Cooperación Noratlántico” y participa incluso —en
1999— en la agresión a los Balcanes.
En 2002 se crea el “Plan de Acción OTAN-Ucrania” y el entonces
presidente Kuchma anuncia su intención de pasar a formar parte de la OTAN. En 2005, al calor
de la “revolución naranja” (el primer intento de alinear a Ucrania
decididamente con Occidente), el presidente Yushchenko es invitado a
la cumbre de la OTAN
en Bruselas.
En 2009, Kiev firma un acuerdo
que permite el tránsito terrestre por Ucrania del abastecimiento destinado a
las fuerzas de la OTAN ,
en Afganistán. La incorporación de Ucrania a la OTAN ya parecía
segura pero, en 2010, el presidente recientemente electo Viktor Yanukovich
anuncia que, aunque se mantiene la cooperación, la entrada a la Unión Europea y a la OTAN no está en la
agenda de su gobierno.
No obstante, para ese entonces
la OTAN ya había
logrado crear una red de relaciones en el seno de las fuerzas armadas
ucranianas. Hace años que varios oficiales de alta graduación reciben —en organismos
de la OTAN —
cursos sobre la integración de las fuerzas armadas ucranianas a la alianza
atlántica.
Además, la OTAN creó en Kiev un Centro
de Información que organiza reuniones y seminarios, e incluso visitas
de “representantes de la sociedad
civil” a su cuartel general en Bruselas.
Esta fuerte presencia
occidental en los asuntos internos de Ucrania explica el tono que utilizó el
secretario general de la OTAN ,
el pasado 20 de febrero, cuando se dirigió a las fuerzas armadas ucranianas
advirtiéndoles que debían “mantenerse
neutrales” en la disputa gobierno-oposición, ya que otro tipo de actitud
tendría “graves consecuencias
negativas para nuestras relaciones”.
En una conferencia patrocinada por la petrolera Chevron —en
diciembre de 2013—, la subsecretaria de Estado de los Estados Unidos, Victoria
Nuland, revelaba que desde 1991 su país había invertido más de cinco mil
millones de dólares en Ucrania, uno de los países más estratégicos del planeta,
y no precisamente para erradicar la pobreza.
Recordemos que la decisión del presidente Yanukovich —ahora
depuesto por un golpe de Estado, apoyado por los Estados Unidos y sus socios de
Europa— de priorizar su relación con Rusia en detrimento de la Unión Europea , fue la chispa
que encendió las protestas de un sector de la población, cuyo resultado al día
de hoy fue el mencionado golpe.
Más recientemente, en paralelo con el crecimiento de las
protestas de la oposición, tanto Nuland como el senador republicano John
McCain, no dudaron de estar presentes y apoyar abiertamente el intento de golpe
de Estado (por ahora triunfante), compartiendo entrevistas —de las que hay
abundante material fílmico y fotográfico— con connotados dirigentes
ultraderechistas como es el caso de Oleh Tyahnybok, líder del neonazi partido “Svoboda”.
Es tal el apoyo económico y político dado por el imperio a
la ultraderecha ucraniana que ésta está desplazando a numerosos moderados
opositores al anterior gobierno de Yanukovich.
Una muestra palmaria del ascenso del fascismo por estos días
en Ucrania lo dan las dramáticas declaraciones del Rabino Moshe
Reuven Azman, quien aconsejó a sus fieles
de Kiev a abandonar la ciudad y —si fuera posible— el país, debido a las
amenazas contra ciudadanos de origen judío y actos de vandalismo contra
comercios e instituciones relacionadas con la colectividad hebrea. Estas
amenazas y actos vandálicos provienen —precisamente— del partido Svoboda,
los “camisas pardas” ucranianos.
Los ucranianos partidarios de la adhesión a Washington y a
Bruselas (la capital de la Unión Europea )
acaban de despertar abruptamente de su sueño primermundista.
El primer ministro ucraniano —surgido del golpe de Estado—,
Arseni Yatseniuk, declaró ayer que su gobierno deberá cumplir todas las
exigencias que imponga del Fondo Monetario Internacional, incluso las más
impopulares, para recibir la ayuda financiera que necesita el país.
“Estamos convencidos de que tras la ratificación del
programa de gobierno, que entre sus prioridades establece la renovación de
créditos del Fondo Monetario Internacional y el cumplimiento de todas las
condiciones, subrayo que se trata de todas las condiciones para recibir
créditos, la Rada
(el Parlamento) apoyará los proyectos de ley necesarios para obtener los
recursos correspondientes”, agregó el premier.
Al tiempo que destacó que en las actuales circunstancias, el Gobierno ucraniano
deberá adoptar decisiones extremadamente impopulares.
Este golpe de Estado perpetrado en Ucrania con el apoyo de
dos decenas de miles de manifestantes respaldados económica y mediáticamente
por Occidente, ha pateado el tablero geopolítico de la región. En consecuencia
no se han hecho esperar las reacciones tanto de los rusoparlantes de Ucrania,
como del gobierno de la Federación Rusa.
No hay que olvidar que una de las bases más importantes de la Armada rusa se halla en
Sebastopol, en la península de Crimea (actualmente territorio ucraniano). En
Crimea la inmensa mayoría de la población es de origen ruso y todo indica que
no están dispuestos a apoyar al régimen fascista proestadounidense. Ya se han
producido manifestaciones de repudio al golpe de Estado perpetrado en Kiev, la
capital de Ucrania.
Por su parte, ciento cincuenta mil efectivos de las Fuerzas
Armadas rusas comenzaron maniobras en la frontera con Ucrania. Maniobras que
según el Kremlin estaban previstas desde hace meses. Además de las maniobras en
territorio fronterizo ruso, arribaron a Crimea unos dos mil efectivos
transportados en trece aviones militares rusos del tipo Ilushin Il-76.
Los campeones del intervencionismo militar en todo el orbe,
a través de su presidente, el premio Nobel Barack Obama, advirtieron a Rusia
que “cualquier violación de la soberanía e integridad territorial de Ucrania
será profundamente desestabilizadora”.
Hasta aquí, Ucrania.
Entretanto, en Venezuela el imperio no dejó
de trabajar un solo día —desde el triunfo bolivariano de 1998— con el propósito
de lograr el fracaso del proceso emancipatorio iniciado por el comandante Hugo
Chávez Frías.
Ni bien instalado el gobierno del presidente
Chávez, comenzó sufrir la presión y las agresiones de la derecha de la
fracasada Cuarta República.
Todos recordamos el golpe de Estado fallido
(por la pronta intervención del pueblo venezolano) de abril de 2002 y el
posterior lock-out de la industria petrolera, encabezado por ex funcionarios de
la época neoliberal de los partidos COPEI y Acción Democrática.
El Gobierno de los Estados
Unidos ha estado financiando a la oposición venezolana durante al menos 12
años, incluyendo, como el propio Departamento de Estado estadounidense ha
reconocido, algunas de las personas y organizaciones involucradas en el golpe de
Estado fallido de 2002. Su objetivo ha sido siempre deshacerse del Gobierno de
Chávez y reemplazarlo por un Gobierno de las tradicionales clases dominantes.
Sin embargo, su financiación no
es probablemente su contribución más importante en Venezuela, ya que la
oposición venezolana tiene la mayor parte de la riqueza y de los ingresos del
país. El rol más importante que los Estados Unidos juega es el de presionar desde
el exterior contra la unidad interna, para poder avanzar en una actitud
intervencionista más abierta.
En el día de ayer trascendió que el secretario de Estado norteamericano, John
Kerry, reveló que Washington "trabaja de cerca con Colombia y otros países"
para impulsar "algún tipo de mediación" entre el gobierno bolivariano
y la derecha que intenta desestabilizarlo, y anticipó que el Congreso
estadounidense podría imponer sanciones a Caracas.
Al ser consultado sobre la situación en Venezuela, el
jefe de la diplomacia estadounidense —en una abierta actitud injerencista— habló
de la "necesidad" de "intentar ver cómo podría producirse algún
tipo de mediación (en ese país) porque obviamente ya se ha demostrado que es
muy difícil que los dos lados puedan ponerse de acuerdo por sí mismos".
Además,
consideró que "no sería inapropiado" que el Congreso estadounidense
estudie imponer sanciones al gobierno de Nicolás Maduro y advirtió que eso está
en estudio.
Hasta
aquí las similitudes entre Ucrania y Venezuela.
La
diferencia es rotundamente clara: Ucrania ha sido gobernada por el depuesto
presidente Viktor Yanukovich, en un contexto de
profunda corrupción que ha enriquecido a una oligarquía alejada de las
necesidades de su pueblo.
A propósito de ello, recordemos un fragmento del mensaje del
primer Secretario del Partido Comunista de Ucrania, Piotr Simonenko, quien
remarcó “el profundo descontento en la sociedad con la política del régimen de
Yanukovich y de su entorno, que han mostrado su incapacidad a la hora de
gobernar el país, engañando al pueblo, incumpliendo todas sus promesas
preelectorales y abandonando cobardemente su puesto en el momento más difícil”.
En Venezuela, en cambio, asistimos a un proceso —con aciertos y
errores— de carácter masivo, donde el presidente Chávez y ahora el presidente
Nicolás Maduro, implementan un programa de transformación estructural, poniendo
el eje en el bienestar de las mayorías excluidas y postergadas.
Dos realidades, con similitudes y diferencias, y un común
denominador: la estrategia geopolítica del imperio que no repara en sutilezas.
Su objetivo es dominar al mundo y alimentar con sangre sus buenos negocios.