Por Eduardo Aliverti
eduardoaliverti@fibertel.com.ar
Hay que tener mucha imaginación, o saber adentrarse en las intenciones
de quienes la tienen, para comprender la ¿insólita? serie de equívocos,
desmentidas y papelones producidos en el escenario político.
Columna de opinión emitida en Hipótesis Edición Nacional el domingo 25 de mayo de 2014.
El episodio de la carta de Bergoglio merece unas consideraciones más
amplias que las volcadas por quienes se vieron involucrados en el mejor
bochorno de los últimos tiempos. Aquellos medios y periodistas que se
defienden del papelón son los que deben fugar hacia adelante,
presentándose como víctimas de internas romanas. Conviene repasar los
hechos porque, a esta altura, es probable que se haya extraviado la
secuencia de lo acontecido. Bergoglio manda una nota de salutación a
Cristina por el 25 de Mayo. Le agrega una frase de circunstancia
protocolar sobre la convivencia pacífica, el diálogo constructivo, la
mutua colaboración, la solidaridad, la convivencia y la justicia. Los
medios opositores locales interpretan que el subtexto de esa oración es
una advertencia papal al gobierno argentino. Aparece un funcionario de
ceremonial de la Santa Sede y dice que la carta es trucha, un collage
artístico (vaya con la originalidad del creador) y “de muy mala leche”
(vaya con el lenguaje del sacerdote, obviamente argentino, que por esos
misterios de la vida no les sonó curioso a los cráneos que
radiografiaron la declaración). Los medios opositores, entonces, se
escandalizaron porque Casa Rosada habría truchado al mismísimo Papa. El
despliegue dado al tema fue impactante. Esos medios entraron en la
cadena nacional que, cada tanto, o a cada rato, los muestra obsesionados
con una única cuestión. Pero la cosa terminó siendo que el mismo vocero
vaticano acabó por decir que no, que está bien, que la carta es
efectivamente del Papa, aunque en realidad fue un telegrama, que hubo
una confusión, que ya está. Los diarios impresos del viernes no llegaron
a incluir la desmentida de la desmentida. No fue, sólo, que se quedaron
afuera de la actualización noticiosa por diferencias de uso horario.
No. Los medios y algunos de sus periodistas quedaron expuestos con
lucubraciones casi payasescas, analíticamente presos de lo que fue
trucho desde un principio. Más luego: ¿fue trucho por inocencia, por
descuido, por apresuramiento o por provocación de los propios medios?
Que quepa un rápido apunte acerca de cuánta importancia tenía –y
tiene– la noticia propiamente dicha. ¿Merece semejante batifondo una
esquela papal con lenguaje de gacetilla burocrática? ¿Sí? ¿Cada palabra y
cada gesto que promueva el/un Papa amerita correr detrás a como fuere?
¿Y realmente sucede que a la inmensa mayoría de la sociedad le importa
eso, como para que se lo priorice hasta tal punto? Es un aspecto que el
firmante reitera como nodal, empalmado con una pregunta que cree
determinante: ¿cuál es la lógica de que el Gobierno hubiera querido
inventar una misiva del Papa que lo cuestionara? No tiene ningún
sentido. Repasemos, otra vez. Bergoglio envía una cartita que, al hablar
de diálogo y convivencia, es traducida mediáticamente como crítica,
hacia un oficialismo que no querría dialogar ni convivir. Inmediatamente
después el escándalo no es ése, sino que la cartita era apócrifa. ¿O
sea que el Gobierno se disparó a los pies consciente de que lo hacía?
Impresionante. O mejor: lo impresionante es la forma en que los medios
quedaron encerrados por su mismísimo apetito operativo. El invento no
fue lo que inventó el cura del Vaticano. Fue inventar que el Papa se
había lanzado contra Cristina y, enseguida, pretender que el problema no
era esa falsedad sino, por carácter transitivo, que el Gobierno la
promovió contra sí mismo. Esto acredita ser incluido en cualquier manual
de periodismo, no ya como ejemplo de en qué consiste hacer una
operación de prensa sino de algo más paradigmático todavía: cómo hacer
para que una operación de prensa se transforme en insostenible casi al
mismo tiempo de ser lanzada. El caso de la carta de Bergoglio fue el más
repercutido, pero ni de lejos el exclusivo. Inventaron que José
Capdevila, ex director de Asuntos Jurídicos del Ministerio de Economía y
supuesto testigo clave en una de las aristas del caso Ciccone, se fue
del país amenazado porque su intervención en el asunto perjudicaba a
Boudou. Lo revelado es todo lo contrario: su dictamen, cuando era
funcionario, fue favorable al accionar del vicepresidente en el asunto. Y
también brotó como invento que al suspendido fiscal José María
Campagnoli se lo aparta, con juicio político incluido, solamente por su
exceso de involucramiento en una de las causas contra el empresario
kirchnerista Lázaro Báez. Campagnoli ya no tenía esa causa en sus manos
cuando la Procuraduría General de la Nación impulsó el jury que podría
destituirlo. Por alguna razón que debería parecer obvia ahora surge que
“todos somos Campagnoli”. ¿O acaso no llama la atención que el fiscal
suspendido se haya presentado a la audiencia preliminar con las cámaras
esperándolo, rodeado de unas decenas de manifestantes que vienen a ser
lo que quedó de la masividad cacerolera, exigiendo la salvación de la
república y pidiéndole que no se rinda? Si se quiere, eso es subjetivo.
En cambio, las invenciones periodísticas citadas, que irrumpieron o
concluyeron por desnudarse en estas horas, son objetividad, con los más y
los menos que puedan tener. Es como esas escenas, explícitas o
sugeridas, de tantas obras de ficción, en que un grupo de empresarios
poderosos se junta con el funcionario de turno para advertirle de los
peligros que acechan si persiste el rumbo que los perjudica. Y el tipo
les responde, o piensa, que no están avisándole lo que puede pasar.
Están comunicándole lo que van a hacer.
Si es por la escena estrictamente política y ser mal pensado, podría
afirmarse que esta sucesión de enredos sospechosos reemplazó, en
continuado y por enésima vez, la improbabilidad de expandir algún hecho
positivo en la banda opositora. El oficialismo tuvo lo suyo con el
sketch entre Carlos Kunkel y Martín Insaurralde. Eso se sumó a las
denuncias y réplicas, renovadas, por los antecedentes del jefe del
Ejército, aunque se trataron más los choques reales, presuntos u
operados entre el ministro de Economía y el presidente del Banco
Central. Esto último duró hasta que, entre jueves y viernes, fue frenada
la subida del dólar blue. Y quedó detenido, de momento, el paisaje
preocupante de los empleados en la industria automotriz, todo lo cual no
significa que la marcha –en general– esté bajo control tranquilo. La
economía presenta nubes que serán más grises o más negras según sea,
aparte de condiciones externas, la muñeca gubernamental para dominar
expectativas inflacionarias, asegurar el nivel de empleo, seguir
promoviendo obra pública como motor. Equilibrar el déficit energético:
una amenaza con conexión directa a la balanza comercial y, por tanto, al
volumen de las reservas monetarias. Y mostrar liderazgo firme hasta el
fin del mandato de Cristina, que deberá seguir mostrándose como tal pese
a todos los obstáculos y distracciones que surjan durante la campaña
electoral. Sin embargo, el contraste con el paisaje de la vereda de
enfrente volvió a no resistir exámenes mínimamente rigurosos. Fauna
profundizó sus disputas con una agresividad inédita. Solanas le dijo a
Carrió que si es feliz ratoneándose con Macri, allá ella. El GEN de
Stolbizer rechazó incluir a Vidal (María Eugenia, vicejefa del gobierno
porteño) en cualquier primaria que incluya a radicales, socialistas y
lilitos. El senador radical Morales (Gerardo, activista de escándalos en
la Cámara alta) hizo lagrimear de furia a Gabriela Michetti por su
acusación de que el PRO canjea aprobaciones de leyes con el
kirchnerismo. Michetti dijo que el PRO no es un partido poderoso y abrió
la puerta para especular con su pase a Carrió, quien dijo que, casi con
seguridad, será candidata a presidenta, a los pocos días de decir que
le interesaría ser candidata a la gobernación bonaerense. Para dicha
gobernación, Unen larga un casting de aspirantes luego de que Carrió se
arrepintiera de lo que dijo. Los radicales macristas (con Sanz, Ernesto,
senador mendocino, a la cabeza) andan en –no desmentidas versiones de–
sacar de la cancha a Hermes Binner y Julio Cobos, a fin de cerrar con el
PRO desde la parte de derecha, digamos, que sigue a las aspiraciones de
Lilita. Los –también digamos– socialistas puros, y los radicales no
macristas enfrentan a los anteriormente descriptos. La lotería da, entre
otras desopilancias, que quedaron enyuntados Martín Lousteau y Julio
Cobos: el inventor de la 125 y el ejecutor institucional de su rechazo.
De la Sota (José Manuel, gobernador cordobés, hombre de derechas
indubitable) habría cerrado con Sergio Massa ir a elecciones primarias
de mentirita con el Frente Renovador del tigrense, para legitimarle a
éste su espacio no kirchnerista, u oportunista, o peornista, o como se
llame. Por suerte y para aportar un poco de coherencia, Néstor Pitrola,
diputado nacional del Partido Obrero, se excusó por haberse ausentado en
la votación parlamentaria de la ley de beneficios al empleo en blanco
porque –dijo el representante trotskista– al momento de la votación, ya
perdida, tenía un compromiso televisivo en TN.
¿Cómo se hace para no preferir que el debate sea lo que empezó a
transmitirse en el kirchnerismo, sobre si Scioli es el límite que no
debe atravesarse? Por lo menos, eso significa discutir ideología. Los
demás solamente discuten quién es el más moralista del gallinero.