Es atractiva la forma en que el paro del
jueves pasado puede verse como una radiografía conjunta de prácticamente todos
los actores políticos, del ideario e intereses que sostienen y de la
correlación de fuerzas que expresan.
Luis Barrionuevo, Hugo Moyano y Gerónimo "Momo" Benegas.
"Política Nacional", columna de opinión emitida en "Hipótesis" el domingo 31 de agosto de 2014.
eduardoaliverti@fibertel.com.ar Habrá quienes digan que para llegar a esa
reflexión –una de tantas– no hacía falta esperar a los resultados de la medida
de fuerza, lo cual es cierto. Pero episodios como éstos sirven para ratificar,
de manera agrupada, observaciones que por lo general son expuestas de modo
suelto, inconexo, sin una articulación que exceda el detenerse en campos
específicos (social, gremial, mediático, institucional, etcétera). El paro obra
como disparador para juntar ese montón de aspectos, a los que cada quien
otorgará el orden de importancia que le parezca para después sacar, o no,
alguna conclusión global. Por caso, volvieron a ser notables las miradas y coberturas
del ombligo. Los medios de alcance nacional se dedicaron, exclusivamente, al
peso del hecho en Capital y sus alrededores. En el interior del país,
incluyendo sus grandes ciudades y a estar por las declaraciones de los propios
convocantes, quienes ningunearon el efecto por fuera de Buenos Aires, la
potencia del paro fue entre nula y poca. Corresponde hablar de unas cuantas
protestas e inactividades de efecto agrandado, que tuvieron la proclama y nunca
la efectividad de una huelga general. Fue concurrente la acción de los medios
opositores, que estimularon la creación de un clima de inquietud, incluso con
pronósticos de violencia, desde la jornada anterior. Propagaron que lo más
conveniente era quedarse en casa, y de lo contrario disponerse a un escenario
desmadrado. Sirva, quizás, una referencia personal. El miércoles al mediodía,
quien firma esta nota atravesó uno de los nudos que presuntamente impedían el
acceso: Riccheri y Camino de Cintura. Había, a unos doscientos metros del
puente, no más de diez o quince manifestantes. Y arriba de la vía, otros tantos
que no obstaculizaban la circulación vehicular. Los programas y noticieros de
radio y tevé machacaban que ese era uno de los puntos cercadores de la ciudad,
provocando una sensación de caos que no era corroborable ni allí ni en casi
ninguno de los lugares donde se centraban los impedimentos de tránsito. Es
destacable, también, que ni siquiera los medios oficialistas se preocuparan por
despachar sus móviles a esos supuestos anclajes de perturbación. En los armados
periodísticos hicieron copy paste con los comunicados de los productores del
paro y, de allí en más, no hacía falta chequear nada: la ciudad estaba rodeada
y mejor no acercarse, aunque sólo hubiera grupos muy reducidos de marchantes.
Una construcción de imaginario alarmista, en síntesis, de rigor profesional
invisible. Nada de esto significa que los cortes no se hayan hecho sentir, pero
entre ese factor y la cantidad de manifestantes hay una enorme diferencia. Y
mucho más, hasta transformarse en abismo, si se toma en cuenta la extensión
nacional. En la previa, el premio mayor o único era
acertar si funcionaría el transporte automotor. El 10 de abril pasado, la falta
de colectivos le regaló a la convocatoria una foto de parate que, durante
varios días, habilitó a la prensa y dirigentes de la oposición para mentar una
adhesión popular masiva, susceptible de ser considerada como un golpe demoledor
contra el kirchnerismo. Esta vez, la
UTA no adhirió y a las pocas horas los medios ya no hablaban
del paro, literalmente; ocuparon ese lugar el despido de Bianchi, que pasadas
las seis de la tarde varió el eje de atención mediático; una audiencia citada
por el juez buitre, y variadas notas de color. No se conoce con claridad qué
tanto habrá cambiado entre abril y hoy, como para que la conducción del gremio
de colectiveros mutara de plan de lucha cegetista a la necesidad de ser
responsables en las circunstancias que vive el país. Tratándose de Roberto
Fernández, el secretario general de la
UTA, todo es posible en materia de libro de pases. Algunos de
sus otrora compañeros, que pueden volver a serlo en cualquier momento,
señalaron que estaba muy presionado por el Gobierno a través de la entrega de
subsidios. “O algo parecido”, dijo Hugo Moyano sugiriendo, tal vez como
conocedor del paño, que podían estimarse otras probabilidades non sanctas. Lo
que quiera que haya sucedido no altera en absoluto la cuestión central, o una
de ellas, atravesada por el grado de turbiedad, razones personales y, sobre
todo, inconsistencia política de los planteos gremiales que se citaron como
motivo del paro. Si estuviéramos hablando de unidad monolítica no habría
transas que valgan, pero, ¿cómo podría haberlas si las figuras convocantes casi
no tienen representación más allá de sus narices? Y, en todo caso, ¿cuál es el
origen de esa carencia? La CGT
de Moyano nuclea algunos gremios de transporte, con base en la influencia de
Camioneros, unos pocos de servicios y pobrísima inserción industrial. Luis
Barrionuevo encabeza un sector que por esos misterios de la vida, o del
periodismo, es denominado como “Central”, Azul y Blanca, siendo que únicamente
la integran su sindicato gastronómico (área en que el paro no se sintió en lo
más mínimo) y escasa suma de gremios pequeños. Pablo Michelli está al frente de
una escisión de la CTA,
que sólo representa a una parte de los trabajadores estatales. A esas
congregaciones, si es por la adherencia a paros generales, viene acoplándose la
izquierda clasista, organizada en torno de un par de fuerzas partidarias. Es
una franja que efectivamente avanzó en la representatividad de algunas
comisiones internas del ámbito fabril, e inclusive en las urnas nacionales,
pero de alcance muy acotado si se trata de proyectar masividad. Les agrega, a
sus insólitos socios de la burocracia sindical, una alta visibilidad callejera,
cuyo efecto se desvanece apenas se piense en la posibilidad de movilizaciones,
actos conjuntos u oradores y documentos consensuados. En realidad,
sencillamente es inimaginable que los unos pudieran compartir con los otros
algún escenario que no sea esta conveniencia de prestarse taparrabos. Lo que
llamaríamos el peronismo tradicional no quiere saber nada con el zurdaje, ni
del tipo radicalizado ni de ningún otro. Sí cabe reconocer que, con sus maximalismos
sectarios a cuestas, ese sector de la izquierda al menos introduce el elemento
patronal como explicación de sus cuestionamientos. Y es que, vaya, debería parecer inverosímil
un paro general en que los grandes patrones quedan a salvo de todo señalamiento.
Ya dicho por el colega Wainfeld en su columna del viernes en este diario, “y
hablando de clase, si se protesta por impuestos o por la inflación es clavado
interpelar al Gobierno. De todas maneras, sorprende la falta de argumentos o
críticas antipatronales. Si se promedia la nutrida oratoria, parecería que
Argentina es la
Comunidad Organizada. Armoniosa en todos sus estamentos, sólo
perturbada por un gobierno avieso, depredador y hasta psicópata. La misma
versión infantil que propagan los medios hegemónicos, las corporaciones
patronales, las multinacionales y, a su zaga, las principales oposiciones
políticas”. La última oración coincide con el brulote oligárquico,
enternecedor, melancólico, disparatado, aunque más no sea bien escrito, que La Nación publicó con formato
editorial en sus ediciones de este fin de semana. El sábado fue ubicado con
cartel francés de portada. Pueden encontrarse sus antecedentes en el pliego de
condiciones que ese diario y sus representados pretendieron imponerle a Néstor
Kirchner, a las horas de su asunción presidencial. Consideraciones ¿sólo
periodísticas? aparte, llama la atención que el verdadero house organ del
establishment se vea compelido a esa suerte de comunicado número equis. ¿Qué es
lo que tanto les preocupa de un gobierno o de una energía populista que, según
ellos, tiene los días o el plazo contados? Y volviendo al paro que
propagandizaron tapándose la nariz, ¿cómo se define un reclamo gremial que
refiere a la inflación a secas, sin responsabilidad de los formadores de
precios, sin ataques cambiarios especulativos, sin mención a las estructuras
oligopólicas, sin citas de la intermediación comercial? ¿Cómo se explica que
solamente hagan hincapié formal en el mínimo no imponible de Ganancias, que
afecta a menos del 15 por ciento de los asalariados con ingresos más altos?
¿Los que ganan entre 4 y 6 mil pesos pararon por los intereses de quienes ganan
20 mil? ¿Cómo puede hablarse de aumentos masivos a los jubilados sin argumentar
a cuáles sectores meter mano? ¿Qué se esconde detrás de no indicar la necesidad
de una reforma financiera e impositiva? Va de suyo que el Gobierno tiene varios
flancos si quiere corrérselo por izquierda, pero convéngase que éste no es
precisamente el caso. Lo aprietan, o eso intentan, con unos eslóganes
generalistas. Vienen a ser la versión-interna peronista de los desmayados
cacerolazos. Encarnan una oposición de propuestas inconfesables, cuya única
expresión de sinceramiento es Macri. En el plano del sindicalismo opositor se
referencian con unos nombres que dicen oler a fin de ciclo, y en el peronismo
no se aguanta quedar lejos del poder. Lo complicado es cómo hacen para no jugar
ostentosamente hacia la derecha, so pena –y por algo será– de que su arraigo
acabe, por ejemplo, en un paro insulso. ¿Alguien se anima a afirmar que las
consignas de la huelga tuvieron incidencia popular? ¿O que la tienen quienes
las motorizaron?
El Gobierno se enfrenta a problemas
económicos que, en la coyuntura, parecen cada vez más grandes. Pero si algo
demostró lo tibio-muy tibio del paro del jueves, al igual que el apoyo de una
mayoría en el choque contra los buitres, es que la correlación de fuerzas no
varió. Todo sigue en disputa, entre acentuar un rumbo más o menos rupturista y
volver a los noventa.