Por Eduardo Aliverti
eduardoaliverti@fibertel.com.ar
Como lo auguraba todo pronóstico sensato, el hecho que impactó al país
durante el verano va cediendo terreno y, con una potencia que de a poco
será indetenible, el escenario electoral comienza a prevalecer. Por peso
propio y porque es un cuadro enmarañado, complejo, de vaticinio más
difícil todavía.
La paulatina esfumación del caso Nisman, más allá de los rebotes que
pueda tener por vía judicial o a través de algunas declaraciones, no va
en perjuicio de su gravedad institucional. Es, sólo, la consecuencia de
varios factores que son concurrentes. Primero la conmoción, después el
aprovechamiento político, más tarde las revelaciones y contradicciones
demostrativas de que se juegan en el tema intereses de todo tipo. Y
finalmente, el simple decurso de las cosas debido a que, por más grave
que sea el episodio, no es posible que un eje monotemático persista como
tal. Con la economía en relativa tranquilidad –ni los fallos de Griesa
provocan ya mayor escozor– y los plazos electorales apurando
definiciones, era obvio que ganarían lugar, por ahora, más los nombres
de candidatos que las propuestas en danza. Un primer atractivo ante las
PASO fue la conformación de listas en Capital, en el espacio
kirchnerista y en el macrismo. Lo demás, producido hacía rato el
estallido de Fauna gracias a los servicios de Elisa Carrió y la
ambigüedad de sus coreutas, no interesó especialmente a nadie. En el
Frente para la Victoria quedó una oferta amplia sin mayores
posibilidades para choques ideológicos, sino de antecedentes y capacidad
de gestión. En el PRO tampoco se prevén grandes discusiones políticas
ni muchísimo menos, pero la interna entre Horacio Rodríguez Larreta y
Gabriela Michetti pinta para choques personales subidos de tono porque
la ex vicejefa porteña corre con despecho luego de que su rival fuese
ungido como caballo del comisario. Michetti se presenta alerta frente a
las andanzas del aparato macrista y hasta se permitió cuestionar a
Larreta por el uso de recursos oficiales en la campaña. Quién lo hubiera
dicho: gente tan republicana de la nueva política haciendo lo mismo que
los choripaneros kirchneristas...
Aunque acerca de las grandes definiciones todo esté todavía entre
las gateras y los primeros metros, es muy probable que la descripción
anterior quede invertida. Sin prisa y sin pausa, a nivel nacional, la
escena asoma no polarizada pero sí tendiente a consolidarse entre quien
vaya a ser el candidato del FpV y Mauricio Macri. Salvo para los medios
que lo entronizaron y que aún le reservan gran despliegue, más algunas
encuestas, Massa parece en caída ¿libre? Cuesta creer que haya comprado
el buzón de una prensa favorable, que lo inventó, en reemplazo de la
construcción política, inmensa, requerida para tener aspiraciones
presidenciales firmes. Sea por eso; porque no supo o no pudo traccionar a
punteros y caudillos del PJ disconformes con Casa Rosada si es que con
eso bastara; porque su actuación parlamentaria fue lamentable (es una
forma de decir, al haber brillado por su ausencia), o por lo que quiera
agregarse, Massa llegó al extremo de no tener casi candidato en Capital y
no dispone de personalidades de fuste en prácticamente ningún distrito,
como no fuere él mismo en la provincia de Buenos Aires. El radicalismo
concluyó su convención nacional, habiendo optado nominalmente por
desaparecer detrás de Macri. ¿Acaso puede pensarse que esa decisión será
respetada por la totalidad, o incluso la mayoría, de los votantes
radicales? Raúl Alfonsín sabía decir que “si la sociedad se derechiza,
la UCR tendrá que prepararse para perder elecciones pero no para girar a
la derecha”. Es altamente factible que lo tendrá en cuenta el sector de
los radicales “de siempre” no adscripto a la lógica binaria, cínica, de
republicanismo versus populismo. Pero es cierto que no va quedando otra
opción, con chances reales, que la enunciada hace unas líneas. El
desafío es qué discurso con cuál confiabilidad dicho por quién. En el
caso de Macri está demasiado claro. En el del kirchnerismo no, por fuera
de la fortaleza de Cristina y de que ella continuará siendo la
conductora del espacio sea quien fuere el postulante formal. En algún
momento que se acerca, deberá ponérsele nombre a que su único heredero
es el proyecto. Y eso ocurrirá entre las convicciones ideológicas y el
pragmatismo.
La semana pasada se cumplieron siete años de la Resolución 125, que
desató la acción destituyente más robusta desde el surgimiento del
kirchnerismo. Es un aniversario que invita a, por lo menos, dos
consideraciones de estricta actualidad. Una es económica y la otra
política, para usar el convencionalismo que separa dos esferas
inseparables. Respecto de la primera, el colega David Cufré escribió en
este diario, el jueves, una breve y contundente columna en la que
comienza refiriendo las declaraciones del presidente de la Federación
Agraria, quien acaba de renovar su reclamo para que el Estado implemente
retenciones segmentadas, protectoras de los pequeños productores. “Hay
que diferenciar entre los grandes pools de siembra y los chacareros”,
dijo Omar Príncipe. Se recuerda, claro, que la Federación Agraria fue la
fuerza de choque de la Sociedad Rural contra el Gobierno, cuando éste
pulseó contra una de las facciones más poderosas del establishment.
Ahora, mientras Eduardo Buzzi en Santa Fe y Alfredo De Angelis en Entre
Ríos se mantienen firmes a la derecha, entre Massa y el PRO, un sector
de la FA que retomó su control admite el error de hace siete años y
reivindica el Grito de Alcorta de 1912. “Si la Federación Agraria
hubiera acompañado (la segmentación de retenciones), Príncipe no estaría
pidiendo ahora lo que su entidad rechazó hace siete años. El Estado,
además, habría acumulado en ese período recursos importantes, aportados
en una inmensa mayoría por los grandes productores, que facilitarían la
ayuda a los más chicos en este momento.” Como también lo dijo el
productor Luis Livolti, del Movimiento Campesino Liberación, otro de los
que fue “recuperado” para la línea histórica de la FA es Pedro Peretti,
ex director de la entidad, quien ahora reconoce que “la organización
gremial que nació para defender a pequeños y medianos productores
terminó transformada en un partido político de orientación agraria, cuyo
objetivo central era desgastar y sacar a este Gobierno”. Cufré se
pregunta si, acaso, la proximidad de las elecciones presidenciales habrá
influido para que un sector de la dirigencia del campo ensaye algo
parecido a una autocrítica. El interrogante se refuerza al comprobarse
que la medida de fuerza de estos días, impulsada por la Sociedad Rural,
CRA y Coninagro en medio de una cosecha record, no tuvo prácticamente
efecto alguno, con lo cual quedó demostrado que los productores le
dieron la espalda al seguir trabajando normalmente.
En cuanto a la consideración política, cabe acordarse de que la
derrota gubernamental parida por la 125 fue interpretada como el
comienzo del fin kirchnerista. Esa impresión se redobló un año después,
con la caída electoral. Sucedió todo lo contrario. Francisco de Narváez
había emergido de esos comicios como una suerte de cuco imparable contra
las pretensiones oficialistas y terminó siendo un bluff que ni siquiera
apareció por su banca, cual anticipo de en qué devino el “huracán”
Sergio Massa previsto en 2013. Al margen de nombres propios, si eso es
posible, lo cierto es que aquel vigor de gauchocracia y gorilismo
clasemediero urbano acabó como helado al sol, al revelarse que sólo los
vectorizaba el apetito insaciable por sus ingresos y el odio visceral
contra el kirchnerismo. El huracán fue Cristina 2011, tras que el
Gobierno mostrara un ímpetu de reacción enorme mediante medidas y gestos
cuyo significado fue, siempre, la profundización del modelo. Jamás su
retroceso. Lo más probable es que esa situación hubiera de repetirse hoy
si viviera Kirchner o Cristina pudiera ser candidata presidencial (¿o a
un cargo parlamentario por la provincia de Buenos Aires, tal vez?). Lo
contrafáctico del argumento no anula su validez, porque lo ratificado es
que hay un piso de apoyo popular, mucho más grande que el de cualquier
fuerza o candidato opositor, gracias a las conquistas de estos doce
años. La amenaza de que eso pueda interrumpirse está, antes, en el arco
de conservadores que asoman como postulantes del FpV, y no en el
esperpento de una oposición que expone a ricachones menemistas,
figuritas mediáticas, militantes del denuncismo y un partido histórico,
tan roto como doblado, que no puede ofertar algún candidato a presidente
capaz de evitar papelones y ya convertido en una liga desperdigada de
referentes pueblerinos y provinciales, colgados del mejor postor de la
derecha peronista o a secas. ¿Es este último conjunto de personajes
sueltos, aunado a la prédica de los medios opositores y algunas
porciones del establishment, lo que pone en riesgo la fortaleza
kirchnerista? ¿O lo es la probabilidad de que figuras aguachentas rompan
el legado del proyecto, modelo o energía que le permitieron a la
Argentina salir de su infierno?
Por muy personalista que retumbe, pero también por constatación del
valor indelegable de los liderazgos, Cristina tiene la palabra.