ESOS MUERTOS QUE TANTO NOS DUELEN

Por Ester Stekelberg
stekelberg@gmail.com

El día de la muerte de Eduardo Galeano, mi amiga me escribe: “Hay dos muertes que me han arrancado lágrimas, aparte claro la de mis familiares, la de Zitarrosa y la de Galeano. Cuando veo que le hacen un homenaje a Zitarrosa, que lo recuerdan, me da una angustia que seguramente también me va a pasar con Galeano”.

¡Y claro que nos va a pasar, si los tenemos atravesados en la garganta!


“Contratapa”, columna de opinión emitida en “Hipótesis” el sábado 18 de abril de 2015.

Ilustración: "Galeano" por El Tomi.


Desasosiego, languidez, inmovilidad, el no querer (¡o no poder!) arrancar, o arrancarse a esa apatía producto del desaliento, del spleen. Una sensación de orfandad, que tiene que ver con quedarse solos de poesía, de palabras andantes, de verdades, de compromiso. Nuestro Galeano de cabecera, de voz como de nido profundo, nos deja huérfanos de sus compromisos inalterables, de su coherencia y de su manera tan simple de hacernos ver, de hacernos entender horrores y maravillas de los últimos 5 siglos… y más atrás también… ¡si hasta nos habló de Eva, la Eva costilla!

“Si Eva hubiera escrito el génesis... ¿Cómo sería la primera noche de amor del género humano? Eva hubiera puesto algunos puntos sobre las íes; quizá, digo yo, no sé, hubiera aclarado que ella no nació de ninguna costilla, que no conoció a ninguna serpiente, que no ofreció nunca ninguna manzana a nadie y que nadie le dijo que: ‘Parirás con dolor’ y ‘Tu marido te dominará’. Y que todo eso, diría Eva, no son más que calumnias que Adán contó a la prensa”

Dos días antes de la muerte de Galeano y de Günter Grass, acá en Francia partió a los 83 años un tipo galeanísticamente hermoso, François Maspero, librero, editor, escritor, periodista, traductor, militante y resistente. Desde los 50 y hasta principios de los 80, tuvo una librería en el Quartier Latin, punto de encuentro de intelectuales, estudiantes, de todo aquél que quisiera encontrar un incunable, de encontrar los libros prohibidos, a los que nadie más que Maspero había osado poner a la venta. Cuando nacieron las ediciones Maspero con pequeño libros de tapas de colores vivos, él mismo decía que su objetivo era mezclar la historia, la economía, la pedagogía “con la memoria del pueblo”. 

Cuando en su libro “Las abejas y la avispa”, Maspero escribe: “Todavía está permitido soñar en un mundo recorrido por innumerables dromedarios conducidos por hombres que ocupan, el tiempo de su pasaje por la tierra, a admirarla antes que a destruirla”, pienso en Galeano, diciéndonos que “los Derechos Humanos y los Derechos de la Naturaleza son dos nombres de la misma dignidad… que más de cinco siglos llevamos regalando los recursos naturales, entregándolos por nada, recibiendo a cambio socavones y muertos. Y termina en su texto citando risueño, pese a la tragedia, a Bertrand Russell: “¿Para qué repetir los errores antiguos habiendo tantos errores nuevos que cometer?"

El chaqueño Mempo Giardinelli despide a su amigo oriental en las páginas del Página 12 y entre otras cosas describe: “Maestro de la paradoja, con enorme capacidad de asociación, con humor y un manejo impecable del castellano, (después) escribió Memoria del fuego, trilogía publicada (por Circa) entre 1983-86 con tres títulos: Los nacimientos, Las caras y las máscaras y El siglo del viento. Ahí cuenta la historia de nuestra América desde la creación del mundo hasta nuestros días, en breves prosas poéticas. Una belleza de libro. Y aquí quiero destacar su espíritu didáctico, que en él era muy poderoso. Verdadero maestro en el mejor sentido del vocablo, siempre tenía en mente al lector joven, a la generación que estaba por venir e iba a necesitar una orientación para la vida. Fue un predicador, en este sentido”

Y sobre François Maspero, Edwy Pleny en Mediapart, escribe: “François Maspero murió el día en que se cumplían los 70 años de la liberación del campo de exterminio de Buchenwald, ese campo de concentración donde su padre, el sinólogo Henri Maspero, murió el 17 de marzo de 1945. François tenía la costumbre de escribir y de decir que su segundo nacimiento había sido el 28 de julio de 1944, día en que los nazis arrestaron a su padre y a su madre. Con mucho dolor por la pérdida temprana de su padre por los nazis y de su hermano en la resistencia, risueño decía que había nacido a los 12 años y medio.
  
Su librería del Quatier Latin La joie de lire, La alegría de leer, era la más saqueada por los visitantes. Todos quienes pasaban por la rue Saint-Severin, convencidos de la impunidad, robaban algún libro de las ediciones Maspero que coloreaban las grandes mesas ubicadas en las puertas del local. Horas más tarde, los mismos ladrones volvían a pagar la obra tan deseada.  

Giardinelli lo despide a Galeano: “Eduardo nos deja sus propias venas abiertas, su propia memoria del fuego, sus propios hijos de los días y ese puñado de oro que fue su dignidad latinoamericana ejemplar”

Se fueron dos sentipensantes. Seguramente ambos a 14 mil kilómetros físicos de distancia, separados por un océano, estaban convencidos que había que “Sobrevivir, aunque nos cueste la vida”