LA CRISIS ARGENTINA, UN TEMA INTERNACIONAL

Miguel Angel Ferrari
miguelferrari@gmail.com
"Con los Ojos del Sur", columna de opinión emitida en Hipótesis el sábado 15 de Setiembre de 2018.



Hace meses que la situación en la Argentina se ha constituido en un tema de política internacional, es por ello que consideramos conveniente abordarlo en esta columna.

 
Ya es un lugar común hablar de la interminable crisis argentina. Crisis autoinducida por el actual equipo gobernante.

Desde el advenimiento de la democracia, el final de cada período de gobierno estuvo signado por una crisis económica. La hiperinflación le impidió al presidente Raúl Alfonsín culminar su mandato en la fecha establecida. El estallido de diciembre de 2001, luego del blindaje y del megacanje, dio por tierra con la hegemonía Cavallo que signó a los gobiernos de Carlos Menem y Fernando de la Rúa.

Las crisis profundas, como así también los desastres naturales, se constituyen —según la escritora canadiense Naomí Klein— en verdaderas oportunidades para que las clases dominantes, ante la desesperación de la mayoría de la población, aporten presuntas “soluciones” que despojan a los trabajadores y a las clases medias de muchos de los derechos adquiridos durante décadas o centurias de luchas. Klein denomina a esta perversión como Doctrina del Shock, adoptada por el capitalismo del desastre, según sus propias palabras.

El único gobierno argentino post dictadura que no culminó sus mandatos en medio del caos económico-social, a pesar de los esfuerzos de las patronales del campo y los grupos concentrados del poder económico, fue el de Néstor Kirchner y de Cristina Fernández.

Ante la imposibilidad de crear el caos que pudiera revertir la tendencia a la redistribución de las riquezas, las clases dominantes con la herramienta del poder mediático y la contribución de un sector importante del Poder Judicial, atizaron el odio de clase de un sector importante de la sociedad argentina y narcotizaron a sectores medios y una porción de la clase trabajadora con ideas de cambio, que muchos pensaban —erróneamente— que eran para bien.

Como la gestión kirchnerista no huyó en medio de una crisis terminal, sino que entregó el gobierno en paz y con una deuda externa más que moderada, para los neoliberales era necesario crear la crisis que les posibilitara modificar las reglas del juego, en el camino de una amplia desregulación, con las consecuencias por todos conocidas y padecidas por los ciudadanos más vulnerables, que no son pocos.

Una de las consecuencias más peligrosas, fue la de recurrir al Fondo Monetario Internacional con el supuesto propósito de subsanar la irresponsable política de endeudamiento. Los neoliberales en el gobierno, con esa ineptitud delictiva que los caracteriza, echan leña al fuego, alimentando la crisis, aplicando la Doctrina del Shock.

No solo generaron el proverbial retroceso económico-social, sino que con el FMI avanzaron en la cesión de soberanía tanto económica como política, convirtiendo al Poder Ejecutivo y a la Corte Suprema de Justicia de la Nación en verdaderos apéndices del Fondo Monetario Internacional y —por ende— del gobierno de los Estados Unidos.

Esta pérdida de soberanía se podría agravar de prosperar las posturas de dolarizar por completo la economía, ya sea por una suerte de convertibilidad (con su nefasto resultado en el pasado reciente) o la dolarización pura y simple, que dejaría al país sin una herramienta fundamental: la moneda nacional de curso legal.

La Constitución Nacional, en su artículo 75, inciso 6º, le otorga al Congreso de la Nación la facultad de “establecer y reglamentar un banco federal con facultad de emitir moneda”; y más adelante –en el inciso 11º– otorgarle la atribución de “hacer sellar moneda, fijar su valor y el de las extranjeras”.

Queda algo más que la pérdida de soberanía económica y política, se trata de la soberanía territorial. El desapego de este gobierno por la reivindicación de la soberanía argentina sobre las islas Malvinas es un anticipo. La connivencia gubernamental con los grandes propietarios extranjeros de enormes extensiones de tierras en la Patagonia, favorecidos por la reforma por decreto de la Ley de Tierras Rurales, es otro síntoma. La admisión de bases extranjeras —especialmente estadounidenses— es otro botón de muestra.

Recordemos que Grecia ha tenido que vender islas para pagar intereses al Fondo Monetario Internacional y al Banco Central Europeo.

¿Cómo se llega a estas situaciones?

¿Por qué un sector levemente mayoritario de la ciudadanía argentina no reparó en la posibilidad de este saqueo?

¿Por qué, a pesar de la profundidad de esta crisis, no se perfilan todavía caminos nítidos —reconocidos por la ciudadanía— para encontrar una salida soberana?

El sociólogo portugués Boaventura de Sousa Santos, de relevante papel en las distintas ediciones del Foro Social Mundial, nos ayuda a entenderlo… sus pensamientos cuadran —pensamos— en el escenario que vivimos los argentinos…
Escuchemos atentamente…
«En verdad, ser dominado o subalterno significa ante todo no poder definir la realidad en términos propios, sobre la base de conceptos que reflejen sus verdaderos intereses y aspiraciones.
«Los conceptos, al igual que las reglas del juego, nunca son neutros y existen para consolidar los sistemas de poder, sean estos viejos o nuevos. Hay, sin embargo, periodos en los que los conceptos dominantes parecen particularmente insatisfactorios o imprecisos.
«Se les atribuyen con igual convicción o razonabilidad significados tan opuestos, que, de tan ricos de contenido, más bien parecen conceptos vacíos. Este no sería un problema mayor si las sociedades pudieran sustituir fácilmente estos conceptos por otros más esclarecedores o acordes con las nuevas realidades.
«Lo cierto es que los conceptos dominantes tienen plazos de validez insondables, ya sea porque los grupos dominantes tienen interés en mantenerlos para disfrazar o legitimar mejor su dominación, bien porque los grupos sociales dominados o subalternos no pueden correr el riesgo de tirar al niño con el agua (luego) de bañarlo. Sobre todo cuando están perdiendo, el miedo más paralizante es perderlo todo.
«Pienso —dice De Sousa Santos— que vivimos un periodo de estas características. Se cierne sobre él una contingencia que no es el resultado de ningún empate entre fuerzas antagónicas, lejos de eso. Más bien parece una pausa al borde del abismo con una mirada atrás.
«Los grupos dominantes nunca sintieron tanto poder ni nunca tuvieron tan poco miedo de los grupos dominados. Su arrogancia y ostentación no tienen límites. Sin embargo, tienen un miedo abisal de lo que aún no controlan, una apetencia desmedida por lo que aún no poseen, un deseo incontenido de prevenir todos los riesgos y de tener pólizas de protección contra ellos.
«En el fondo, sospechan ser menos definitivamente vencedores de la historia como pretenden, ser señores de un mundo que se puede volver en su contra en cualquier momento y de forma caótica.
«Esta fragilidad perversa, que los corroe por dentro, los hace temer por su seguridad como nunca, imaginan obsesivamente nuevos enemigos, y sienten terror al pensar que, después de tanto enemigo vencido, son ellos, al final, el enemigo que falta vencer.
«Por su parte —amplía el sociólogo portugués—, los grupos dominados nunca se sintieron tan derrotados como hoy, las exclusiones abisales de las que son víctimas parecen más permanentes que nunca, sus reivindicaciones y luchas más moderadas y defensivas son silenciadas, trivializadas por la política del espectáculo y por el espectáculo político, cuando no implican riesgos potencialmente fatales.
«Y, sin embargo, no pierden el sentido profundo de la dignidad que les permite saber que están siendo tratados indigna e inmerecidamente.
«Días mejores están por llegar. No se resignan, porque desistir puede resultar fatal. Sienten que las armas de lucha no están calibradas o no se renuevan hace mucho; se sienten aislados, injustamente tratados, carentes de aliados competentes y de solidaridad eficaz. Luchan con los conceptos y las armas que tienen pero, en el fondo, no confían ni en unos ni en otras. Sospechan que mientras no tengan confianza para crear otros conceptos e inventar otras luchas correrán siempre el riesgo de ser enemigos de sí mismos», concluye su idea Boaventura de Sousa Santos.
Ahora decimos nosotros:
Estos son días de lucha, las calles de la Patria son surcadas —casi cotidianamente— por centenares de miles de mujeres y hombres que no se resignan. En estos últimos tiempos es difícil encontrar un país del planeta que congregue tantas y tan multitudinarias movilizaciones.
Son masivas las reivindicaciones económicas y en defensa de los derechos usurpados. Pero sigue siendo una lucha “en defensa de”, todavía falta el objetivo de otro modelo.
El pensamiento neoliberal ha calado hondo en la sociedad, los que luchan —que no son pocos— lo tienen claro; pero la mayoría de la población todavía se rige por “el sentido común” impuesto por esa doctrina individualista de “sálvese quien pueda”, acuñada por Milton Friedman y Friedrich Von Hayek luego de la finalización de la Segunda Guerra Mundial.
Ese pensamiento único nos recita: “el que se está aplicando es el único modelo posible, no hay otro para el serio funcionamiento de la economía”.
En contraposición con este pensamiento, nos decía el poeta francés Paul Éluard en la primera mitad del siglo pasado: “Hay otros mundos, pero están en éste”.