Por Eduardo Aliverti
eduardoaliverti@fibertel.com.ar
La resolución del conflicto docente y la reasignación tarifaria en agua y
gas dejan algunas conclusiones tocantes al gobierno nacional, y otras
que nunca deben perderse de vista si el tinte es más abarcativo.
La Casa Rosada “acompañó” a Daniel Scioli en su puja con los gremios, ni
tanto como para quedar adherido sin más ni más ni tan poco como para
dejarlo completamente librado a su suerte. El gobernador cedió y
demostró que tenía resto para mejorar la oferta. Ahora le resta –al
Gobierno también– hacer evidente que la educación es una prioridad que
debe abordarse con el aspecto salarial en primer término.
"Política Nacional", columna de opinión de emitida en el programa "Hipótesis", el sábado 29 de marzo de 2014.
Y en cuanto a los subsidios recortados, primero debe señalarse que se
dio cumplimiento a lo reclamado en forma unánime por la propia
oposición. Es llamativo, sí, que procedan a tocar las tarifas del gas
justo antes del invierno. Pero de ahí a hablar de “tarifazo” hay larga
distancia. Lo es si se observan los porcentajes, y deja de serlo si se
repara en montos concretos de servicios públicos que continuarán entre
los más baratos del mundo. Luego, la realidad deberá manifestar que lo
reasignado va, efectivamente, a las partidas de asistencia social, sin
impacto inflacionario alguno. Todo, dentro de un marco que ni el más
tenaz defensor de las grandes líneas oficialistas podría definir como de
aguas calmas. Pero el análisis acerca de las variantes que tiene el
Gobierno, para salir de esta coyuntura muy complicada y a la vez
afrontar una profundización económico-estructural de cambios
progresistas, es inescindible del que corresponde a la oferta de sus
contrapartes. No se puede separar lo que viene habiendo, y hay, de lo
que podría haber. Por muy comprensible que sea, por aquello de que el
bolsillo es la fibra más sensible del hombre, refugiarse sólo en el
desánimo provocado por la actualidad termina en insulto al sentido
común. O al ideológico, por lo menos. Está la derecha nucleada alrededor
del ideario furiosamente conservador, o neoliberal, que ya gobernó el
país a todo lo largo de los ’90 (para no ir más atrás), y con el
resultado sufrido por las grandes mayorías, que fue la crisis más grave
de nuestra historia. Es el PRO, que se reduce a Macri o –exagerando
mucho– al “macrismo”, y cuya proyección nacional está en permanente
veremos. Es el Frente Renovador: tampoco consiste en una firme identidad
simbólica, como no sea a través de la descarada propaganda mediática a
favor de la figura de Sergio Massa. El intendente de Tigre cuenta en su
alforja con la asimilación a “peronista”, a sujeto que se mueve dentro
del único espacio que garantiza mantener las riendas nacionales y
tributario de los enojados con el kirchnerismo, pero no tanto como para
perder de vista que sin el peronismo adentro no hay gobernabilidad
probable. Podría agregarse al Frente Progresista: otro que no dice nada
como ADN salvo por su gorilismo a ultranza. Caben allí desde extremistas
como Carrió hasta conversos inextricables como Pino, más radicales que
no son precisamente una herencia socialdemócrata de Alfonsín, y pasando
por referencias localistas como Binner, dispuestas a conversar la
posibilidad de nacionalizarse junto a Macri. Y en un lugar (muy)
relativamente ambiguo queda Scioli, quien estuvo a un tris de sacar los
pies del plato y no los sacó. El gobernador bonaerense continuará
jugando dentro del paraguas kirchnerista, pero sabiéndose que es la
variable por derecha y constituyéndose, hacia 2015, en el desafío
anímico-ideológico más enmarañado. Ya nos permitimos la siguiente
pregunta varias veces: ¿la apuesta será a conservar algo de lo
conquistado, gracias a “cercar” al conservador con la fuerza de una
movilización y militancia que hoy andan más bien enclenques? ¿O será a
“retirarse” con una encarnadura identitaria firme, para después volver
sin haberse ido ideológicamente? Hasta donde parece, Cristina dejará que
en las primarias apuesten todos los que quieran –más allá de que habría
un favorito– y respetará lo que resulte. Pero iría por el bronce, no
por la especulación barata. Si el sendero peronista queda entre Scioli y
Massa, con el antiperonismo visceral remitido al mejunje de Unen, el
kirchnerismo todavía puede decir bastante electoralmente. También para
reiterar: todo el terreno está en disputa. Y nadie tiene ni tendrá la
vaca atada.
Hay, además, las pujas que podrían llamarse “satelitales”. La
sindical –y no la menor– es una de ellas. Debiera parecer mentira que
Hugo Moyano y Luis Barrionuevo lancen un paro nacional. El camionero
mutó de ardiente kirchnerista a adversario fervoroso de la noche a la
mañana, sin más expediente que haber quedado fuera de candidaturas
parlamentarias y sin un Néstor que supiera manejar el barro en que están
acostumbrados a manejarse estos arquetipos. Barrionuevo es la síntesis
perfecta de todas las condiciones que pueden reunirse para despertar un
rechazo generalizado. Sin embargo, la imagen de estas gentes no les
impide lanzar un paro cuya sola repercusión en el transporte público
hará hablar de “masividad”, como ya están pronosticándolo los medios
que, a su turno corporativo, nunca se cansaban de denostarlos. Moyano ya
no es el patotero que bloquea las salidas de los camiones en las
plantas de distribución de los diarios, y Barrionuevo es un sindicalista
finlandés. Ese modo impúdico de la prensa opositora para plantar sus
intereses forma parte, al fin y al cabo, de la lucha por el poder. No es
mayor, si se quiere, a los impudores de alguna prensa oficialista. Pero
las cosas cambian al hurgar en quienes –se supone– no representan el
interés de las patronales. Impacta escuchar a un luchador gremial de
toda la vida, como Pablo Micheli, decir que este gobierno es más
perverso que el de Menem. Confundir al enemigo es una perversión
ideológica muy severa.
Lo intragable es qué les pasa a quienes corren al kirchnerismo por
izquierda desde valoraciones peronistas. Se puede no concordar con
minorías radicalizadas –trotskistas, chinos, anarco-ecologistas, anarcos
a secas, agrupaciones universitarias de carreras de ciencias sociales,
analistas eximios de redes y de blog–, pero no les es “formalmente”
exigible demostrar con cuáles estructuras y ejercicio de poder,
concretos, llevarían adelante el patas para arriba de las relaciones de
producción. Están cómodos en el laboratorio teoricista donde no cabe
preguntarse con cuáles correlaciones de fuerzas se llega al paraíso
universal, porque parten de que hay una ontología de las masas oprimidas
que inevitablemente acabará con toda forma de explotación. Así, la
izquierda-izquierda no pretende nada del peronismo porque no interpreta
que éste –ni siquiera en su mejor versión– sea lo más a la izquierda que
resiste esta sociedad. Cabe anotar, muy en cambio, lo que gentes como
Massa y Moyano vienen a exigirle al kirchnerismo, desde el peronismo.
Aumento masivo de salarios hasta alcanzar niveles de privilegio
primermundistas, jubilados rebosantes de ingresos de bolsillo,
productores agropecuarios felices porque les dejan a cero las
retenciones, créditos para todos a tasa de interés blanda y así
sucesivamente. Por supuesto: sin explicar jamás, ni falta que hace, a
quiénes extraer renta para aplicar tamaña bienaventuranza. Si es por
eso, es mucho más sincera la derecha claramente identificable como tal
aunque sin reconocerse jamás de esa forma porque, por algo será, decirse
“de derecha” da vergüenza. Ellos y ellas, la derecha de derecho viejo,
liberales de una o arropados de frentismo progresista, aseguran que es
cuestión de reducir la expansión monetaria, echar gente, robar menos,
reducir el déficit fiscal y se acabó. Desde el peronismo a la derecha,
por el contrario, increíblemente se las arreglan para sostenerse en el
discurso del populismo distributivo. Es en aras de eso, y entonces, que
Moyano anda de amores con el multimedios y los colegas a quienes supo
condenar en forma hiriente; que Micheli queda pegado a Moyano y al Momo
Venegas; que Massa puede insistir con la cajita feliz de la mano de sus
patrones mediáticos. ¿Cómo puede ocurrir esto? La explicación sería que
huelen sangre de fin de ciclo. En cualquier caso, correr por izquierda
desde la derecha –el “pejotismo”, como decía Kirchner, o sus órbitas– es
peor que patético. ¿Cristina es lo mismo que De la Rúa? ¿Kirchnerismo y
menemismo son primos hermanos? Hace nada más que unos años estábamos
discutiendo miseria y desocupación, y ahora paritarias, ¿y resulta que
no cambió nada? Los espacios vacíos, o vaciados, o deprimidos, por donde
se cuela que estas gentes reaccionarias inflen el pecho, son algunos
que el kirchnerismo está dejando libres más en general que en
particular. Ya son once años; los líderes no se reproducen por
generación espontánea; el proyecto era con dos y quedó uno solo, sin
chances de seguir conduciendo en mando directo; los errores semejan
agrandados y las virtudes achicadas; las batallas dejan marcas de
cansancio, con muchos frentes que se abrieron a la vez. Y a la vuelta de
la esquina, el problema no era que las escuelas estaban deshabitadas
por paro gremial, sino llenas de pibes a los que había que hacerles el
aguante, y darles de comer, porque sus padres no tenían trabajo. Pero no
se gobierna con la memoria.
Roberto Baradel, del Suteba, una de las voces más mediatizadas de
las últimas semanas, le caerá –como cualquiera– mejor o peor a cada
quien. Pero cuando se quebró ante las cámaras recordando eso de los
maestros bancando los trapos cuando la Argentina era un infierno, sonó
infinitamente más sincero, e ideológicamente asentado, que cualquiera de
los miserables que ahora andan con la varita mágica de solucionar las
cosas sin responsabilidad de gestión.