Por Eduardo Aliverti
eduardoaliverti@fibertel.com.ar
Si se repasa el despliegue mediático de estos días, tal vez pueda
coincidirse en que los tratamientos periféricos de algunos asuntos de
mayor o menor profundidad volvieron a sustituir justamente eso: la
profundidad.
Nota editorial sobre Política Nacional, emitida en "Hipótesis" el domingo 4 de mayo de 2014.
Apartada la expectativa por cómo abriría el programa de Tinelli,
sobresalieron la tragedia en Junín, el dicho espantoso de Pablo Moyano
sobre la cantidad de muertos necesarios para que la recolección de
basura en Quilmes siguiera en manos de su gremio y la vulgaridad de
proponer que se vuelva a la colimba. Idea, esta última, que en primer
lugar habla de la estatura intelectual de sus mentores. Idea tan
absurda, repelente e impracticable como la que había sugerido regular
por ley las protestas sociales callejeras. Nada de todo eso merece mayor
contemplación. Son esas cosas que, daría la idea, sirven sobre todo
para rellenar espacios en los programas televisivos que se aspiran
periodísticos, y que cambian de objetivo escandalizante de una jornada
para otra con la contribución imprescindible –extraña, en varios casos,
para gusto del cronista– de referentes varios que se prestan al show
sabiendo que no tendrán casi ninguna posibilidad de desarrollar nada.
Nuevamente es mejor, en consecuencia, rumbear para otro lado. Por
ejemplo, que el reciente Día del Trabajador –y no del trabajo, según la
equivocación que persiste– es una oportunidad propicia para repasar unas
cuantas nociones, en la medida en que se lo haga sin anteojeras
ideológicas estancas. Eso incluye una observación universalista en la
medida en que el propio concepto de “clase” debe ser revisado, por
cierto que no medularmente en cuanto a la persistencia de explotadores y
explotados, ni respecto de las relaciones de producción ni acerca, en
síntesis, de la existencia del arriba y el abajo social. Nadie con
formación política se animaría a cuestionar la permanencia de esas
categorías. Sin embargo, revolución y globalización tecnológicas
mediante, por lo pronto cabe la pregunta de si acaso puede continuar
mentándose a la potencia del músculo obrero y campesino como el motor
indetenible de la historia. Alguna izquierda, que no es toda ni mucho
menos, parece creer que la conciencia, la organización y la lucha van en
línea recta. No aprenden o, peor, no tienen vocación de interrogantes y
replanteos. Marx y Trotsky se revuelven en la tumba. Persistir en
respuestas viejas, imperturbables, frente a los desafíos impuestos por
la depredación capitalista, pone en duda que quienes lo hacen puedan ser
expresados como de izquierda. Es una definición que les queda grande
cuando –sin ir más lejos– no toman nota de la diferencia entre
necesidades e intereses de las masas. Diferencia ahondada por la
victoria cultural del capitalismo. Como si la gnosis proletaria
permaneciera inmutable. Pero aceptemos dejar de lado, parcialmente, esos
títulos o composiciones ecuménicas, a efectos de la modesta pretensión
de estas líneas.
Al menos entre nosotros, advirtamos que el hecho de poder apreciarse
al vaso como medio lleno o medio vacío es, ya, todo un significado.
Contundente. Hace unos años, apenas, no había discusión posible. Si
estuviéramos hablando de los noventa y comienzos de siglo, no hay duda
alguna mientras rija honestidad analítica: fue la etapa más dramática de
la clase trabajadora, tanto por la génesis de desguace del Estado, y su
remate al mejor postor, como por las consecuencias que se vivieron al
cabo de esa segunda década infame. Sólo podría comparársele el período
de la última dictadura, porque se le agrega el terrorismo estatal. Hoy,
en cambio, una parte de la biblioteca puede hablar, entre otros asuntos,
y lo bien que hace, de los trabajadores precarizados, negreados, que
son alrededor de un tercio, o más, de la población económicamente
activa. El mismo Estado negrea, a través de sus contrataciones de
personal. La inflación, producto de una puja distributiva en que los
grandotes concentrados –extranjerizados y no– terminan invariablemente
comiéndose a los más chicos del consumo elemental, es un forúnculo del
modelo que tampoco termina de resolverse (se lo administra mejor o peor,
pero no se resuelve). La eterna esperanza de una burguesía nacional,
con un espíritu patriótico que anteceda a sus viscerales intereses de
clase, insiste en revelarse como una ingenuidad, o como un horizonte que
atraviesa demasiadas dificultades si se trata de centrar en eso las
intenciones de desarrollo industrial sostenido: de hecho, quienes
permanecen como actores de presión y fijando agenda, nucleados en el
“reciente” Foro de Convergencia Empresarial, son la crema y nata del
ideario liberal, del golpismo de mercado, de la extorsión patronal (ver
el suplemento Cash, el domingo, en este diario, en torno de que “La
canción es la misma”, con la firma de Ricardo Aronskind). Y como si
fuera poco, en lo coyuntural, la sacudida de la devaluación del verano y
las restricciones en el consumo, junto con el incremento de las tasas
de interés que en parte sirven para contener al dólar pero al costo de
golpear fuerte en el crédito, envalentonan a algunos grupos para
producir ya suspensiones de personal. La fiesta de que viene la
industria automotriz durante largos años, por caso, no le impide
proceder de esa forma, aunque su acumulación de ganancias haya sido
espectacular.
Otra parte de la biblioteca tiene argumentos igual de sólidos, o
atendibles. Desde 2003 se crearon unos cinco millones de puestos de
trabajo. La desocupación se redujo a 6 o 7 puntos porcentuales. También a
partir de ese año el número de trabajadores no formalizados cayó de
casi el 50 por ciento a cerca del 35. Las paritarias tienen plena
vigencia, y hasta los gremios que lideran la combatividad contra el
Gobierno ya cerraron sus acuerdos. Las cifras de consumo de sectores
populares y medios, afectadas en los últimos meses por las causas
consabidas, no implican una desacelaración grave de la economía ni nada
que se le parezca. Vale tomar como referencia conceptual un artículo de
Clarín del viernes, en su sección o apartado “Consumo & Ahorro”, que
habla en el título de unas “ventas que no repuntan aunque volvieron las
cuotas y las promos”. Menos mal que insertan el adversativo, ese
“aunque”, porque de lo contrario sería un contraste del todo intragable
que vivan lamentándose de lo mal que andan las cosas siendo que, a la
par, los grandes diarios y sus grandes reproductores electrónicos tienen
más publicidad que información. Ya se conoce que números y análisis de
este tipo apuntan en esencia hacia el consumo de clase media, pero es
que, justamente, es ésa la clase hacia la cual se dirige el derrotismo
del lenguaje dominante. La producción de sentido de los medios va para
ahí, siempre, no para las franjas bajas. Y es en esos sectores medios
donde se agrupa el escándalo moral por el rumbo de la república y por
una economía en pendiente perpetua. Cuando uno se adentra, sin mayor
esfuerzo, en la letra “chica” de cómo nos estamos viniendo abajo,
resulta que la venta de tablets aumentó más de un 92 por ciento; la de
equipos de aire acondicionado, casi un 50 por ciento, al igual que los
smartphones; un poco menos, pero siempre mucho, subieron las ventas de
tarjetas de memoria, estufas a gas, heladeras, sangucheras y televisores
planos. Son números de marzo, según una consultora a la que Clarín
otorga credibilidad. En la suba de la venta de televisores influye la
cercanía del Mundial, se ocupan de aclarar. Caramba. Hace poco más de
diez años nos lacerábamos con que la mitad de la población había quedado
por debajo de la línea de pobreza, en un país incendiado que hoy, según
una estadística de la UCA profusamente difundida, “apenas” redujo al 35
por ciento la cantidad de pobres. Y ahora el problema es que cayeron
las ventas de reproductores portátiles, pavas eléctricas, computadoras
de escritorio, ventiladores, navegadores GPS, planchas y, un poquito,
las cocinas. Lo que se dice una catástrofe.
El sociólogo Ricardo Rouvier distribuyó por la web unos postulados
en los que vale la pena reparar, también a propósito de la fecha que
acaba de conmemorarse. “Si miramos el día de hoy y los precedentes,
veremos que hay muchas cosas que ya no están y que convergen sobre este
1º de Mayo vacío. La metáfora de ‘columna vertebral’ se hacía sobre un
cuerpo (movimiento) que encabezaba la transformación o la lucha contra
la represión, la dictadura, la oligarquía. Hubo cambios en el peso e
interrelación de las clases sociales, según la ‘evolución’ de la
humanidad. ¿Ya la ‘clase trabajadora’ no tiene nada por qué luchar?
¿Todas las conquistas se han obtenido? Seguro que esto no es así.
Además, a futuro, las conquistas de estos años pueden sufrir recortes
que hay que evitar. La opción seguridad del trabajo vs. salario aparece
–reaparece, mejor dicho– con la autoridad de los que enuncian. Siempre
hemos luchado por la unidad de la clase trabajadora con razones de
emancipación. Hoy las centrales sindicales constituyen un archipiélago
que afecta la acumulación de fuerzas de los sectores populares. Pero
debemos sincerar que, desde la caída de Perón en el ‘55 hasta la fecha,
la unidad sindical ha sido más una aspiración que una realidad. En la
actualidad, la división atraviesa el momento singular que estamos
viviendo en lo político; entre la alternancia institucional democrática y
la vigencia del proyecto nacional y popular.”
Esa última es la cuestión, según el parecer del firmante. Esa
vigencia, con todos los defectos y repliegues que puedan y deban
atribuírsele. De las opciones en danza no hay ninguna que no vaya a
implicar un retroceso –para la clase trabajadora y para los propios
sectores medios– si es que se pone en discusión el nunca menos.