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“Desde hace varias semanas, los medios de comunicación
dominantes se han dedicado unánimemente a denunciar la acción de Vladimir
Putin, primero en Crimea y ahora en Ucrania. La última portada de The Economist representa un oso tragando
a Ucrania, bajo el título de «insaciable»”, escribió —el sábado 30 de abril— el
italiano Roberto Savio, fundador de la prestigiosa agencia internacional de
noticias Interpress Service y su actual director emérito.
"Con los Ojos del Sur", columna de opinión emitida en Hipótesis el martes 6 de mayo de 2014.
A renglón seguido, expresó su preocupación acerca de
esa unanimidad que omite absolutamente cualquier responsabilidad de Occidente
en este conflicto.
Más adelante, Roberto Savio —a quien hemos entrevistado
varias veces en Hipótesis— nos recuerda que a fines de los años ochenta “Mijail
Gorbachov estuvo de acuerdo con George Bush padre, Margaret Thatcher, Helmut
Kohl y François Miterrand que dejaría pasar la reunificación de Alemania, pero
(que) Occidente no debería tratar de invadir la zona de influencia rusa; y
sobre esto, existe una amplia documentación. Por supuesto, una vez que
Gorbachov fue eliminado, el juego se abrió de nuevo. La docilidad total de
Boris Yeltsin a los Estados Unidos es bien conocida”, concluye el reconocido
periodista italiano.
No solo se abrió el juego —ahora decimos nosotros—,
sino que en este cuarto de siglo desde la caída del muro de Berlín, la Organización del
Tratado del Atlántico Norte (OTAN) ha incorporado a su alianza militar a todos
los países de Europa del Este, ex miembros del Tratado de Varsovia,
convirtiéndolos en importantes peones de este ajedrez geopolítico tendiente a
cercar a Rusia, para en un futuro quizás no muy lejano intentar fragmentarla
según los consejos del estratega polaco-estadounidense Zbigniew Brzezinski,
asesor de los gobiernos demócratas y mucho más lúcido que los ideólogos
neoconservadores que pululan en torno al Partido Republicano.
Brzezinski, fue quien acuñó la frase de que Rusia con
Ucrania es un imperio y que sin Ucrania deja de serlo. En consecuencia Ucrania
es la pieza clave para la desestabilización de Moscú.
El polítólogo polaco-estadounidense —como lo
señaláramos muchas veces en Hipótesis— trata de disuadir a un importante sector
del establishment de Washington (especialmente el lobby sionista) que sostiene
que el enemigo del imperio es Irán o Siria.
Con la autoridad que le confiere el haber sido el
principal constructor de la Trilateral
Comission , con los dineros de David Rockefeller, allá por los
años setenta, puntualiza muy claramente que los enemigos estratégicos con los
que tienen que lidiar los Estados Unidos son la Federación Rusa
y la República Popular
China.
Estas potencias son —junto a la Unión Europea — dos pilares
fundamentales de Eurasia, esa porción del planeta que reúne al 75 por ciento de
la población del orbe y donde se encuentran las tres cuartas partes de las
fuentes de energía conocidas en todo el mundo.
En estos momentos en Ucrania se están disputando, en simultáneo,
dos partidas a cual más importante. Una de ellas tiene que ver con las justas
luchas de los trabajadores de la región industrial ucraniana. La otra, como lo
venimos señalando en esta nota, con las aventuras del imperio en esta fase
senil del capitalismo, donde el complejo militar-industrial del país
norteamericano viene jugando el rol más importante.
Respecto de las luchas de los trabajadores y el pueblo, el
profesor estadounidense James Petras —amigo y colaborador de Hipótesis— señala
que lo más importante consiste en “marcar la
rebeldía exitosa de los proletarios del Este de Ucrania que han desplazado a
los golpistas de Kiev y han formado Consejos de autogobierno y milicias
populares para defender la autonomía y la independencia del sector industrial
en Ucrania”.
Es precisamente esta lucha de los trabajadores, la que el
gobierno golpista de Kiev —integrado por varias organizaciones
político-militares de corte netamente nazi-fascista— se propone derrotar a
cualquier costo, como fue el caso del incendio de la Casa de los Sindicatos de
Odessa, donde los terroristas de extrema derecha quemaron vivos a más de
cuarenta trabajadores, sellando todas las puertas y ventanas de este importante
edificio para evitar que las víctimas pudieran ganar la calle. Muchas personas
que se hallaban en el edificio se arrojaron por las ventanas al vacío para
salvar sus vidas que, finamente, perdieron. Mientras que otras fueron ultimadas
con disparos de armas de fuego.
Esto es el fascismo.
El fascismo es asesinato, es alevosía, es genocidio.
Pareciera que la mirada complaciente (o mejor dicho:
cómplice) del capitalismo estadounidense y europeo, lo edulcorara.
El fascismo es Auschwitz, es Treblinka, es el Ghetto de Varsovia y a partir del pasado
viernes 2 de mayo es la Casa
de los Sindicatos de Odessa.
El fascismo
no tiene nada de romántico. No tiene nada de superador de las crisis del
sistema, como nos quieren hacer creer los neofascistas europeos. El fascismo es
crimen organizado, para enfrentar a los trabajadores y a los pueblos que luchan
por su liberación.
“El fascismo
es el capitalismo —decía el político laborista británico Harold J. Laski— que
rechaza sus orígenes liberales, para adaptar la estructura social de producción
a aquellas circunstancias en que la idea liberal sería política, económica y
socialmente fatal para la idea capitalista”.
Exactamente
eso es lo que está respaldando el gobierno de los Estados Unidos en Ucrania. A
ese modelo el Fondo Monetario Internacional se propone conceder un crédito de
5.000 millones de dólares, que después tendrán que pagar los trabajadores
ucranianos con sangre, sudor y lágrimas.
En
oportunidad de la crisis de Siria, cuando una rápida movida de Moscú impidió la
agresión armada de Washington a Damasco, decíamos que ese momento bien podría
tomarse como un punto de inflexión, a partir del cual la unipolaridad encarnada
por los Estados Unidos comenzaba a dar paso a una multipolaridad, mucho más
amigable con el respeto por el Derecho Internacional.
Esta peligrosa jugada ucraniana llevada adelante por el
imperio y sus socios europeos (algunos más reticentes que otros) es en gran
medida consecuencia de la pérdida de influencia y de poder global de Washington,
cuyo declive viene acompañado de una profunda crisis económica y energética sin
retorno. El modo capitalista de producción depredó, destruyó y agotó los
recursos naturales y energéticos, al tiempo que contaminó todos los ecosistemas
del planeta en su afán de maximizar las ganancias. El crecimiento económico se
halla en extremo comprometido, puesto que sin la energía necesaria es imposible
crecer.
En consecuencia, si un sistema basado en el crecimiento
económico ilimitado no puede crecer, más tarde o más temprano está condenado a
colapsar.
Los Estados Unidos y sus socios occidentales no pierden
tiempo, ya está operando en Ucrania la petrolera Chevron con el propósito de
obtener el gas shale o esquisto (en español) del oriente ucraniano. Del mismo
modo la multinacional Cargill, apunta al control de la producción de alimentos;
acompañada por Monsanto que ya controla el 40 por ciento del mercado de
semillas de Ucrania.
Uno de los costados importantes de la crisis sistémica que
estalló en 2008 y 2009 en los países centrales, tiene que ver con la escasez y
el declive de los hidrocarburos a nivel mundial.
El pico de mayores reservas de petróleo —según la Agencia Internacional
de Energía— se produjo en 2006,
a partir de allí comenzó la sistemática caída de
reservas, solo reversible por un milagroso encuentro de monumentales reservas
no exploradas. En tanto que el techo de hidrocarburos más uranio tendrá lugar
en 2018.
Esta grave situación energética le está imprimiendo un sesgo
dramático a las políticas de seguridad y a las relaciones internacionales de
los países capitalistas más desarrollados.
Por lo tanto, Ucrania es una zona que juega un importante
papel geoestratégico para el Pentágono y el gobierno de los Estados Unidos, en
el marco de su pretendida hegemonía global.
“Con esta arremetida
—señala el analista Víctor Wilches— Washington, en primer lugar, busca sacar a
Rusia de Ucrania y a su vez, quitarle la posibilidad de acceso al Mar Negro y a
las aguas del Mediterráneo. Segundo, correr las fronteras de la OTAN si es posible al centro
de la Plaza Roja.
Tercero, desmembrar a Rusia para controlar sus hidrocarburos y su vasto
territorio. Cuarto, tratar de estrangular a China por sus flancos norte y
occidental como refuerzo de la llamada política del «pivote Asia-Pacífico» de
Obama, para entrar a asestarle el golpe de gracia”.
Todo ello —decimos
nosotros— no será tarea fácil para el imperio, máxime por estos tiempos en los
que el gigante chino le está pisando los talones en términos económicos.
“Según un
reciente informe del Banco Mundial —señala el artículo de La Nación —,
China avanza rápidamente para superar a Estados Unidos como la
mayor economía del mundo y muy posiblemente se convertirá en la primera
potencia este mismo año”.
Para poder continuar en Ucrania su política expansiva,
plagada de crímenes de guerra, que se inició en Yugoslavia, continuó en
Afganistán, Irak, Libia y Siria, el imperio necesita garantizar de manera
sostenible las provisiones de hidrocarburos. En tanto que —a su vez— a medida
que avanza va generando nuevas fuentes, hasta llegar supuestamente al objetivo
estratégico de controlar Eurasia.
Por lo pronto, el imperio está trabajando intensamente para
socavar las instituciones de Venezuela, el mayor poseedor de reservas
petrolíferas exploradas del planeta, con el indisimulado propósito de adueñarse
de ellas, como lo venía haciendo durante décadas hasta el advenimiento de la Revolución
Bolivariana. Y con ello, socavar el proceso de unidad
latinoamericana y caribeña.
Como se podrá apreciar, el tema de Ucrania no está tan lejos
de nuestra realidad como muchos piensan.