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Esta
columna pensaba tratar el golpe blando que la derecha local y el imperio han
desatado sobre el gobierno ecuatoriano. Más tarde, se precipitaron los sucesos
de Grecia, que han desembocado en la convocatoria a un referéndum sobre los
ajustes que plantea la Unión Europea
y el Fondo Monetario Internacional. Finalmente, los atentados terroristas
perpetrados en cuatro países: Túnez, Francia, Kuwait y Somalia, con un saldo
provisorio de 110 muertos y numerosos heridos, nos obligaron a modificar
nuevamente nuestra columna.
“Con los Ojos
del Sur”, columna de opinión emitida el sábado 27 de junio de 2015.
De estos
aberrantes hechos, hablaremos en instantes con nuestra compañera Ester
Stekelberg, en su “Contratapa”.
Pero, para
contextualizar estas criminales acciones, recurriremos a nuestra columna
internacional del 27 de setiembre del año pasado, en la que nos referíamos al
Estado Islámico.
El Dr. Henry Frankenstein, un
joven y apasionado científico, asistido por el jorobado Fritz, crea un cuerpo
humano, cuyas partes han sido recolectadas secretamente… ya todos conocemos las
consecuencias de esta diabólica creación. La película data de 1931 y está
basada en la novela de Mary Shelley, titulada “Frankenstein o el moderno
Prometeo”. Felizmente, solo se trata de una película.
Desde hace décadas, los
gobiernos de los Estados Unidos trabajan —a través de sus servicios de
inteligencia— con los sectores más recalcitrantes del fundamentalismo islámico.
Las primeras aproximaciones
estuvieron motivadas por el surgimiento, en los años cincuenta, de movimientos
árabes que sostenían una suerte de socialismo nacional. Una actitud progresista
y laica, frente a las monarquías del Medio Oriente que fueron surgiendo tras la
caída del Imperio Otomano.
El caso paradigmático fue el de
Egipto, luego del derrocamiento del rey Faruk por el grupo de los Oficiales
Libres y la instalación de un gobierno finalmente liderado por el coronel Gamal
Abdel Nasser.
Tanto el colonialismo británico,
como el imperialismo estadounidense, se valieron de los Hermanos Musulmanes
para desestabilizar la revolución egipcia, ayudados solícitamente por el
régimen de Arabia Saudita.
Años después, durante el
gobierno del presidente Ronald Reagan, la CIA y el Pentágono no solo sostenían económica y
militarmente a los militantes de la incipiente Al-Qaeda en Afganistán, contra
la presencia soviética en ese país, sino que los caracterizaban como “los
luchadores por la libertad”. Esos mismos “héroes”, dos décadas después se
hicieron cargo del derribo de las Torres Gemelas en Nueva York.
Ahí, el monstruo del Dr.
Frankenstein, desató toda su violencia contra su creador.
En tiempos más recientes,
todavía está fresco el recuerdo del apoyo occidental a los terroristas de Al-Qaeda
durante la intervención en Libia. Es necesario recordar que tras la caída de
Muhammar Gadaffi, Abdel Hakim
Belhadj, líder del Grupo Islámico de Combatientes Libios, una organización
terrorista vinculada a Al- Qaeda, se constituyó en el Gobernador Militar de Trípoli,
la capital libia, con el beneplácito de la OTAN.
El Dr. Frankenstein, alojado en la Casa Blanca desde
décadas (por no decir centurias) se dedicó a reunir los diversos trozos con los
que armaría el cuerpo de lo que hoy derivó en este califato de las
decapitaciones, en este Estado que crucifica seres humanos, en este poderoso
enclave de hienas que está empujando la rueda de la Historia hacia la Edad Media.
Una vez construido el monstruo,
Washington lo envió a Siria para luchar por la “democracia”. La tarea
encomendada por el imperio consistía en derrocar al presidente Bashar el-Assad.
Y así fue que Frankenstein
comenzó a devorarse a los supuestos opositores sirios moderados. A esos
integrantes del Ejército Libre Sirio, a los que también Washington ayudó
económica y militarmente.
El Dr. Henry Frankenstein, sumó a su
tarea a un nuevo colaborador. Se trata del senador John McCain.
Thierry Meyssan, analista
francés de política internacional, revela en una extensa investigación, el lado
oculto de la política estadounidense a través del caso particular del
senador John McCain, organizador —según sus investigaciones— de la «primavera
árabe» y, desde hace mucho tiempo, interlocutor del califa Ibrahim (ahora
llamado Abu Bakr al-Baghdadí).
Es muy importante remarcar
que Ibrahim al-Badri, alias Abu Du’a, el actual al-Baghdadí, figuraba
desde el 4 de octubre de 2011 en la lista de los cinco terroristas más
buscados por la justicia estadounidense, con una recompensa de hasta
10 millones de dólares para quien contribuyese a su captura. Y desde el 5
de octubre de 2011, su nombre había sido incluido en la lista del Comité
de Sanciones de la ONU
como miembro de Al-Qaeda.
Vale decir que el actual jefe del
sanguinario Califato Islámico, estuvo reunido con John McCain un año y medio
después de haber sido catalogado como terrorista por los Estados Unidos y las
Naciones Unidas. McCain estuvo reunido a sabiendas con un calificado terrorista
para dar cumplimiento a los planes del imperio y de sus aliados británicos, franceses
e israelíes, en esta región del Medio Oriente.
Según funcionarios de Jordania que
prefirieron el anonimato,
docenas de combatientes del Emirato Islámico en Irak y el Levante (hoy convertido
en el Estado Islámico), fueron entrenados en Jordania en 2012 —por
especialistas de Estados Unidos, Reino Unido y Francia— para ayudar a los
“moderados” sirios que operan contra el gobierno de Bashar el-Assad.
Ahora Frankenstein ocupa parte del
territorio de Irak y de Siria, se extiende por el norte de Africa y actúa
también en Europa. Como ayer en Francia.
Pero este Frankenstein, no es el monstruo
torpe, violento y a la vez ingenuo de la película. Este monstruo no solo ocupa
territorios, decapita, crucifica, viola mujeres; este monstruo controla la
producción de petróleo dentro de su área de influencia.
La mayor parte del petróleo
extraído por los terroristas del territorio de Siria, se comercializa en
Turquía. Y, desde allí, hacia diversos países.
El petróleo robado en Siria por
el entonces Frente al-Nusra era vendido por Exxon Mobil (la compañía de los
Rockefeller que reina en Qatar), mientras que el petróleo robado por el ahora
Estado Islámico se comercializa a través de Aramco (compañía de los Estados
Unidos y Arabia Saudita).
Toda esta madeja se torna
incomprensible, si no tomamos en cuenta la nueva situación geopolítica: el
mundo ha dejado de ser unipolar —como lo fue desde la caída de la Unión Soviética —,
ahora emergen nuevos protagonistas.
El imperio comienza a
desmoronarse. Su caída puede durar uno o dos siglos… o producirse más temprano
que tarde.
El peligro es muy grande:
estamos ante un león herido y para colmo, enredado en sus propios desatinos.