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Seguramente, los sucesos de Brasil no son un tema que atraiga con especial interés a los sectores populares ni a ciertas franjas medias que persisten en creer(se) que la coyuntura argentina es o puede ser de esencia diferente.
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"Política Nacional", columna de opinión emitida en "Hipótesis" el sábado 20 de mayo de 2017.
Seguramente, los sucesos de
Brasil no son un tema que atraiga con especial interés a los sectores populares
ni a ciertas franjas medias que persisten en creer(se) que la coyuntura
argentina es o puede ser de esencia diferente. Que los ricos que gobiernan acá
no pueden ser políticamente tan ineptos como los de allá. Que al fin y al cabo
estamos mejor que cuando pasó lo peor aunque nadie, por fuera de los privilegiados
de clase y sector, pueda creer seriamente en lo mejor que estamos desde
diciembre de 2015. Pero Brasil es un recordatorio argentino. En marzo pasado,
durante un seminario sobre “la operación” Lava Jato, el economista y profesor
brasileño Luiz Gonzaga Belluzzo dijo que el protagonismo del Poder Judicial es
una de las mayores desgracias que pueden acontecer en su país, porque la verdad
de ese protagonismo es que el “Judiciário” se transforma en una casta encargada
de aplicar lecciones morales. Ese escenario, agrega Belluzzo, es fruto del
avance de otro poder enorme, el de los mercados financieros, que se esconde por
detrás de los protagonismos. Se asiste a la ruina de las instituciones que
coordinan la economía brasileña, cuya industrialización fue construida a través
de articular al Estado con sus empresas y las del sector privado. Ese proyecto
se abandonó en los años `90, gracias a las influencias neoliberales (y se
interrumpió en las gestiones del PT, mucho o poco, pero no puede dudarse de que
fueron un obstáculo). La desregulación es el régimen que le permite a los
intereses privados apropiarse del sector público, y el Lava Jato es el
operativo que instrumenta la decadencia de un Estado activo. Belluzzo pone como
ejemplo la destrucción de las empresas de construcción pesada, y remata
señalando que el problema de la macroeconomía no es otro que el de a quiénes
sirven las instituciones. Con un candor más cínico que ingenuo, varios
analistas de la prensa oficial afirman por aquí que en Brasil al menos funciona
la Justicia
para cargarse por corrupción a personajes relevantes. Todavía resta que corra
mucha agua bajo el puente pero, por lo pronto, las dichosas instituciones
sirvieron para derrocar a una presidenta elegida en forma democrática y a la
que, al igual que a Lula, no pudo probársele un solo hecho de corrupción
siquiera nimio. Valieron, las instituciones, para avanzar en la aplicación de
un programa económico salvaje, que entre sus objetivos principales continúa
apuntando a la reforma privatista del sistema jubilatorio, a “innovaciones” que
trituran los derechos laborales y a congelar el gasto público en salud y
educación durante 20 años. Así como se lee: 20 años. Esto último es lo que ya
aprobó la Cámara
de Diputados brasileña, que en conjunto la de Senadores tiene a la mitad de sus
miembros implicados en hechos de corrupción. Para ese gran marco sirve la
operación de la justicia de Brasil, instrumentada por un dandy que hace las
veces de juez con desesperados afanes mediáticos. Y sirve para cosa por el
estilo la persecución de la justicia argentina sobre el gobierno anterior, con
Cristina en primer término. No es lo mismo la existencia de corruptos, habida y
por haber en todo sitio, tiempo y régimen, que mostrar a una experiencia
progresista como un ejercicio de corrupción generalizada. Pero parece necesario
remarcar una obviedad igual de escandalosa que los sucesos. La pregunta que
nadie acierta a contestar es cómo se desató semejante y presunto aquelarre en
el país vecino, tomados los acontecimientos que involucran al Presidente y a
figuras con el tamaño de Aécio Neves, quien estuvo a punto de vencer a Dilma
hace dos años.
Técnicamente, fue gracias a
las grabaciones difundidas por la
Red O ’Globo, uno de los oligopolios de prensa y alrededores
más inmensos del orbe y de papel concluyente en la masacre institucional contra
Rousseff. Las pruebas demostrarían que Miguel Temer avaló sobornos, para
comprar mutismo acerca del proceso infame que lo condujo a la presidencia de
Brasil. ¿Cuál bicho le picó a un monstruo mediático como O´Globo para
transformar a su agente Temer en un cadáver político? Circulan ciertos atisbos
de componenda con el gigante JBS, una de las mayores empresas de alimentos del
mundo, desde donde partió el testimonio que ¿aniquila? a Temer e implicado hace
un par de meses en el escándalo de la carne brasileña adulterada, que en
Argentina no trascendió porque ya se sabe que la publicidad y el periodismo
independiente son Amigos con Derechos Especiales. O, por si no se sabe, JBS es
conocida en Brasil por la marca Friboi, de fuerte arraigo aquí mediante Swift y
Cabaña Las Lilas. Otra empresa involucrada es BRF, que entre nosotros compró
marcas emblemáticas como Vienísima, Avex, Bocatti, Campo Austral y Tres Cruces.
Más de 20 establecimientos de esas empresas les pagaban a los inspectores
públicos para que emitieran certificados sanitarios sin fiscalización, capaces
de ocultar -entre otras delicias- que utilizaban ácido sórbico: un
descontaminante que se mezcla con la masa de los productos (lo subrayó el
ministro de Agricultura, Daniel Gouveia Teixeira) para disminuir la
contaminación bacteriana, y enmascarar olores y otras características de la
carne podrida. ¿Algún negociado específico llevó a O’Globo a pretender lavar la
imagen de los directivos de JBS, que es uno de sus más fuertes inversores
publicitarios, dirigiendo la atención a la marioneta Temer? Vale como
hipótesis, pero la más meneada es que a la asociación entre el poder judicial y
mediático se le escapó de las manos la maquinaria fagocitante que desató para
derruir a Dilma y, por elevación, a Lula como destino final. En otras palabras,
que quedaron presos de su propio mecanismo destructivo y que necesitan desviar
el foco. No requieren de mucho esfuerzo que digamos. ¿Qué correlación de
fuerzas habría en Brasil como para que el interés social mayoritario pueda
centrarse en por qué a O´Globo se le ocurre ventilar este escándalo? Es como si
Clarín o a La Nación ,
o cualquiera de sus satélites ideológicos, decidieran destapar a fondo los
negociados del enjambre macrista en cabeza del propio Macri. Lo importante es
que el clima de putrefacción política lleve a pensar que la política no tiene
más nada que hacer. Y adivinen a quiénes les conviene que la política
desaparezca como instrumento del Estado para, al menos, ser mediador entre los
desequilibrios sociales. El itinerario de la Justicia y del denuncismo
periodístico, como poder moral superior, fueron el ariete que también se usó en
Argentina para producir lo peor de la democracia, que es dejarla a cargo de
empresarios disfrazados de benefactores públicos. La casi increíble deducción
fue (¿es?) que los ricos, en el ejercicio del gobierno, pueden equivocarse pero
no roban. Brasil sirve, o debería, para que esa ilusión ignorante quede
desintegrada. Los higienizados anticorruptela, en la medida de no haber cambios
de modelo económico que alteren paradigmas sólo basados en la especulación,
jamás dejarán de ser parte de los festines y comisarías financieras. Y la
“gente” es susceptible de confiar en ellos porque el progresismo viene
quedándose con pocos rebeldes que les respondan mediante discursos y prácticas
creíbles. Ahora mismo, los argentinos están asfixiados, a futuro de mediano
plazo, por una bomba de timba financiera que los, nos, endeuda en dólares a una
velocidad inédita. La suma de pasivos del sector público y privado, en moneda
extranjera, ya creció en más U$A 40 mil millones durante el gobierno de Macri.
Los capitales locales y extranjeros aprovechan una bicicleta que no se veía
desde los tiempos padres o hermanos de este modelo, que son los de la dictadura
y de Menem. La plata entra y sale cuando quiera, aprovechando diferenciales de
tasa de interés con una ganancia dolarizada que no existe en rincón alguno de
este mundo. Es la forma de estos ricos, que no roban, para hablarle a ese mundo
de que pueden llevarse el rédito cuando se les antoje, sin que nadie les
imponga ni pregunte nada de nada, a la espera mendaz de que alleguen
inversiones. No deja de ser notable que inviten a confiar en lo que ellos no
confiarían jamás. ¿Por qué habrían de hacerlo, si se los tienta con una ruleta
asegurada que repele a cualquier indicio de capitalismo inversor? Sin ir más
lejos, Macri anduvo por Beijing y, además de no concretar un solo negocio
trascendente que no haya sido promovido en la gestión previa (el resto fueron
memos de entendimiento a favor de lo hermosa que es la primavera), se llevó la
amenaza de que los chinos no pondrán una moneda mientras el gobierno argentino
no exhiba decisión de retomar cierta senda estratégica que les asegure sus
obras de infraestructura.
Buen momento para recordar
que el Lava Jato se traduce como Operación Lavado a Presión. Es un sarcasmo
acertadísimo para entender de qué se trata a un lado y otro de la frontera con
nuestros vecinos.